Destrucción de un edificio residencial en Kiev de Ales Ustinov / Pexels.

La Crisis Ucraniana y la Construcción de un Nuevo Sistema Internacional

Yang Ping

Yang Ping (杨平) es un destacado académico y editor de la comunidad ideológica y cultural contemporánea de China. En 1993 fundó Estrategia y Gestión (战略与管理), una importante revista que contrarrestaba la influencia del liberalismo en la ideología y la cultura chinas. En 2008, fundó Wenhua Zongheng (文化纵横), una revista que se centra en la construcción del sistema de valores fundamentales de la sociedad china al tiempo que defiende consistentemente la bandera del socialismo. En los últimos quince años, la revista se ha convertido en una de las plataformas de pensamiento más importantes de China.

“La crisis ucraniana y la construcción de un nuevo sistema internacional” se publicó originalmente como artículo principal del número de junio de 2022 de Wenhua Zongheng (文化纵横). El artículo insta a China, en el contexto del estallido del conflicto entre Rusia y Ucrania, a considerar los peligros del actual sistema internacional al que se ha esforzado por integrar y las posibilidades de construir un nuevo sistema internacional.

El estallido de la crisis ucraniana ha alterado no sólo el panorama geopolítico, también ha perturbado gravemente el actual orden internacional. En particular, la imposición de amplias sanciones a Rusia por parte de Estados Unidos y otros países de Occidente, ha comprometido las reglas del sistema internacional vigente, revelando su verdadera naturaleza coercitiva. Esta crisis debería ser un firme recordatorio para China sobre la necesidad de profundizar en su “pensamiento del peor escenario posible” (底线思维, dǐxiàn sīwéi) y contemplar seriamente, como principal objetivo estratégico, la construcción de un nuevo sistema internacional paralelo al actual orden dominado por Occidente.

Preparándose para las crisis que se avecinan

El sistema internacional actual está dominado por los países occidentales, liderados por Estados Unidos, y es de naturaleza capitalista liberal. Durante los periodos en los que el capitalismo liberal funciona sin problemas, este sistema se expande globalmente y parece estar basado en normas y ser justo, capaz de incluir a la mayoría de los países y regiones del mundo. Sin embargo, durante los periodos de crisis, el capitalismo liberal se retuerce a sí mismo, abandonando las normas internacionales establecidas o intentando crear otras nuevas, caracterizadas por un creciente nativismo o desglobalización, donde la nación hegemónica renuncia a sus supuestas obligaciones de liderazgo y vuelve a la política de poder.

En el marco de la crisis ucraniana, Estados Unidos y los países occidentales han hecho caso omiso de las normas internacionales, expulsando por la fuerza a Rusia de la arquitectura financiera mundial, concretamente de la Sociedad para las Telecomunicaciones Financieras Interbancarias Mundiales (SWIFT), confiscando bienes estatales y personales rusos y congelando las reservas de divisas del país. Estas medidas van mucho más allá de los típicos medios no violentos de confrontación empleados por los Estados nación, como las guerras comerciales, los bloqueos tecnológicos y los embargos de petróleo, contradiciendo flagrantemente los eternos principios liberales de que “las deudas deben pagarse” y “la propiedad privada es sacrosanta”, entre otros. Estas flagrantes violaciones del llamado “orden basado en normas” han puesto al descubierto el carácter arbitrario, ilegal y tendencioso del sistema internacional y la forma en que Estados Unidos y sus aliados pueden manipularlo para disciplinar violentamente a otros países.

Desde la perspectiva china, la crisis ucraniana es una advertencia de que China debe prepararse para escenarios en los que se vea sometida a este tipo de medidas hostiles. Es necesario reexaminar el actual orden internacional para comprender con precisión tanto sus beneficios como sus inconvenientes, abandonando cualquier ilusión sobre su equidad y viabilidad a largo plazo y, al mismo tiempo que se participa en el sistema actual y se maximiza su utilidad, prepararse para la construcción de un nuevo orden internacional.

Dado el tamaño de China, la tarea del rejuvenecimiento nacional requiere mucho más que una estrategia económica de mera “circulación interna” (内循环, nèi xúnhuán). Para lograr la industrialización y la modernización, China debe comprometerse con el mundo y desarrollar una “circulación internacional” más amplia (外循环, wài xúnhuán) accediendo a recursos, tecnologías y mercados externos. La tarea central de la política de reforma y apertura de China en las últimas cuatro décadas, ha sido abrir el país al exterior y participar en el sistema global para promover un entorno internacional más favorable a la búsqueda de la modernización[1]. Al mismo tiempo, China ha tenido que tomar las medidas necesarias cuando aspectos hostiles del sistema actual han amenazado los intereses fundamentales del país. En la situación actual, es necesario que China, por un lado, luche firmemente contra la manipulación del sistema existente por parte de EE. UU. y los países occidentales y, por otro, comience a construir un nuevo sistema mundial más democrático y justo, en colaboración con los países en desarrollo.

El destino histórico de China es estar junto al Tercer Mundo

El actual orden mundial no sólo ha sido configurado por China, Rusia, Estados Unidos y Europa; los países y regiones de Asia, África y América Latina también han creado multitud de nuevas redes regionales en pleno declive del poder estadounidense. La colaboración con otros países en desarrollo es necesaria para que China intensifique sus esfuerzos para construir un nuevo sistema internacional. La Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI, por sus siglas en inglés), desde que fue propuesta por el presidente Xi Jinping en 2013, ha sentado las bases para dicha cooperación y para la realización de un nuevo sistema[2].

Desde la fundación de la República Popular China en 1949, el Tercer Mundo le ha proporcionado constantemente nuevos espacios para sobrevivir y crecer así como nuevas fuentes de fortaleza cada vez que ha enfrentado la presión de las superpotencias, entre ellos los movimientos de liberación nacional de Asia, África y América Latina en los años cincuenta y sesenta, la Conferencia de Bandung de 1955 y el Movimiento de Países No Alineados, la teoría de los Tres Mundos de Mao Zedong desarrollada en la década de 1970, el énfasis en la cooperación Sur-Sur durante las primeras fases de reforma y apertura en la década de 1980, el establecimiento del mecanismo BRICS a finales de siglo y, más recientemente, el desarrollo de la BRI en la última década. En los últimos 70 años, China ha adoptado una amplia gama de políticas de relaciones exteriores, desde “inclinarse hacia un lado” (一边倒, yībiāndǎo) con la Unión Soviética en la década de 1950, hasta la política de “integrarse con el mundo” (与国际接轨, yǔ guójì jiēguǐ) (o con Estados Unidos, para ser exactos) a principios de siglo. Sin embargo, China consciente o inconscientemente, ha recurrido sistemáticamente al Tercer Mundo, cada vez que ha sentido que su independencia y soberanía se veían amenazadas[3].

Esta relación con el Tercer Mundo es el destino histórico de China. En la actualidad, a medida que se convierte en un importante polo en el mundo y se enfrenta a la hostil estrategia de contención de la hegemonía estadounidense, China no puede seguir la política de alianzas aplicada por Estados Unidos y la Unión Soviética durante la Guerra Fría. Dividir el mundo en bloques antagónicos llevaría a la humanidad al borde de la guerra y la catástrofe global. En su lugar, China debería seguir aplicando una política exterior independiente y no alineada, centrada en reunir a los numerosos países del Tercer Mundo -que constituyen la mayoría global- para fomentar nuevas formas de asociación, establecer nuevas redes multilaterales y crear un nuevo sistema internacional.

Reflexionando sobre las prácticas y experiencias de la BRI hasta ahora y teniendo en cuenta los desafíos planteados por la crisis de Ucrania, el enfoque de China hacia la construcción de un nuevo sistema internacional debería guiarse por las siguientes consideraciones.

En primer lugar, la orientación de China debe basarse en intereses estratégicos y no comerciales. China no puede limitarse a exportar su capacidad de producción y su capital o a garantizar el acceso de las empresas chinas a los recursos y mercados exteriores, sino que debe dar prioridad a lo necesario para garantizar la supervivencia estratégica y el desarrollo nacional. Al adoptar esta perspectiva estratégica, queda claro que el enfoque adoptado por muchas empresas y gobiernos locales chinos hacia otras naciones y regiones, como parte de la BRI, no es sostenible, ya que ha priorizado los intereses comerciales y ha tendido a ignorar los intereses político-estratégicos[4].

En segundo lugar, la creación del nuevo sistema internacional requiere el desarrollo de una nueva visión, filosofía e ideología que guíe e inspire los esfuerzos para construirlo. En este sentido, los principios de la BRI de “consulta, contribución y beneficios compartidos” (共商共建共享, gòngshāng gòngjiàn gòngxiǎng) son insuficientes. Mientras que Estados Unidos reúne hoy al bando occidental bajo la bandera de “democracia frente a autoritarismo”, China debe enarbolar claramente la bandera de la paz y el desarrollo, uniendo y liderando el vasto mundo en desarrollo, al tiempo que apela y persuade a más Estados europeos a unirse a esta causa. El llamamiento global del presidente Xi Jinping a la “construcción de una comunidad con un futuro compartido para la humanidad” (人类命运共同体, rénlèi mìngyùn gòngtóngtǐ) debe adaptarse a la nueva situación internacional. El concepto chino de “prosperidad común y desarrollo común” debe compartirse con el mundo y promoverse como valor fundamental en la construcción de un nuevo sistema internacional.

En tercer lugar, debería crearse una “Internacional del Desarrollo” (发展国际, fāzhǎn guójì) como entidad institucional para crear un nuevo sistema mundial. A diferencia de los mecanismos de alianza occidentales, como el Grupo de los Siete (G7) y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), dominados por una minoría de países ricos, un nuevo sistema mundial debe abordar la cuestión fundamental que enfrenta la inmensa mayoría del mundo: cómo pueden organizarse más eficazmente los países en desarrollo bajo el principio de no alineación. Las iniciativas poco organizadas y no vinculantes, como conferencias y declaraciones, son totalmente inadecuadas para esta tarea. Debe promoverse y construirse un mecanismo institucional como una “Internacional del Desarrollo” para impulsar una acción organizativa más potente y desarrollar redes de conocimiento y cultura, de medios y comunicación, de cooperación económica, así como otros proyectos. En resumen, deberían establecerse y experimentarse formas de acción organizativa bajo el mandato de la paz y el desarrollo.

La relación entre los dos sistemas

Construir un nuevo sistema no significa abandonar el actual.

En los cuarenta años de reforma y apertura, la dirección y el objetivo de China han sido integrarse en el orden internacional existente. Al llegar tarde a la industrialización y la modernización, China no ha tenido más remedio que aprender de los países occidentales y asimilar sus avanzados conocimientos y experiencia. Romper con este sistema conduciría inevitablemente a China de vuelta al viejo camino de la política de “puertas cerradas” (闭关锁国, bìguānsuǒguó) de los años sesenta y setenta, aislando al país de las economías avanzadas del mundo actual[5].

En la actualidad, China ha recorrido un largo camino por la senda de la globalización y se ha beneficiado de ella; la reforma y la apertura han pasado a estar ligadas a los intereses básicos del pueblo chino. Por esta razón, no es deseable ni factible renunciar a los beneficios derivados de la participación en el sistema actual.

Pero esto no niega en absoluto la urgente necesidad de prepararse ante la amenaza de que la alianza occidental liderada por Estados Unidos sabotee el actual sistema global. El desarrollo de un nuevo sistema internacional y la participación activa en el sistema actual son dos procesos que pueden llevarse a cabo simultáneamente sin conflicto, en los que ambos sistemas están destinados a traslaparse e interrelacionarse. Cuando los cambios cuantitativos acumulados por el nuevo sistema empiecen a transformarse en cambios cualitativos, surgirá de forma natural un orden mundial completamente nuevo.

Notas del autor

1. “Reforma y apertura” se refiere a la era de la reforma económica de China iniciada en 1978 bajo el liderazgo de Deng Xiaoping.

2. La Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI, por sus siglas en inglés) es un proyecto mundial de desarrollo de infraestructuras propuesto por el presidente de China, Xi Jinping, en 2013. A finales de julio de 2022, China había firmado más de 200 acuerdos de cooperación con 149 países y 32 organizaciones internacionales.

3. En los primeros años de su fundación, la República Popular China adoptó una política de relaciones exteriores de “inclinación hacia un lado” que declaraba que el país se aliaría con otros países socialistas contra las fuerzas del imperialismo. Mientras tanto, durante las décadas de 1990 y 2000, China siguió una política de “integración con el mundo”, aumentando su compromiso político y económico global. En particular, China y Estados Unidos profundizaron su interdependencia económica; en 2000, Estados Unidos concedió a China el estatus de relaciones comerciales normales permanentes y, al año siguiente, China se convirtió en miembro de la Organización Mundial del Comercio.

4. Junto con el gobierno central y las empresas, los gobiernos provinciales y municipales de China también son actores importantes en la BRI.

5. El término “puertas cerradas” alude a la política de la dinastía Ming (1368-1644) y principios de la dinastía Qing (1644-1911) consistente en limitar las interacciones económicas, científicas y culturales de China con el mundo, lo que contribuyó a que el país quedara rezagado respecto a las naciones industrializadas occidentales.