Vol.1 N° 1 | 28.03.2023

Wenhua Zongheng: Revista trimestral de pensamiento chino | VOL.1 N° 1

En el umbral de un nuevo orden mundial


Collage de una nueva Ruta de Seda, 2023, Fang Zixin.

Hacia una conversación entre civilizaciones

Vijay Prashad

Vijay Prashad es director del Instituto Tricontinental de Investigación Social, editor en jefe de LeftWord Books, y corresponsal en jefe de Globetrotter.

En medio de las crecientes tensiones internacionales resulta cada vez más difícil entablar debates razonables sobre el estado del mundo. La actual situación de inestabilidad y conflicto mundial se ha desarrollado a lo largo de los últimos quince años impulsada, por un lado, por la progresiva debilidad de los principales Estados del Atlántico Norte, encabezados por Estados Unidos -a los que llamamos Occidente- y, por otro, por el fortalecimiento cada vez mayor de los grandes países en desarrollo, ejemplificados por los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica). Este grupo de Estados, junto con varios otros, han establecido las condiciones materiales para sus propias agendas de desarrollo, incluida la nueva generación de tecnología, un sector que hasta ahora había sido monopolio de los Estados y empresas occidentales a través del régimen de derechos de propiedad intelectual de la Organización Mundial del Comercio. Junto a los BRICS, la construcción de proyectos regionales de comercio y desarrollo en África, Asia y América Latina que no están controlados por los Estados occidentales ni por instituciones dominadas por Occidente -incluida la Organización de Cooperación de Shanghái (2001), la Iniciativa de la Franja y la Ruta (2013), la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (2010) y la Asociación Económica Integral Regional (2022)- anuncia la aparición de un nuevo orden económico internacional.

Desde la crisis financiera mundial de 2007-08, Estados Unidos y sus aliados del Atlántico Norte han tomado plena conciencia que su estatus hegemónico en el mundo se ha deteriorado. Este declive es la consecuencia de tres formas clave de extralimitación: en primer lugar, la extralimitación militar a través del enorme gasto militar y la guerra; en segundo lugar, la extralimitación financiera causada por el despilfarro desenfrenado de la riqueza social en el sector financiero improductivo junto con la imposición generalizada de sanciones, la hegemonía del dólar y el control de los mecanismos financieros internacionales (como SWIFT); y, en tercer lugar, la extralimitación económica, debido a la huelga de inversiones e impuestos de una minúscula parte de la población mundial, que se fija únicamente en llenar sus ya inmensas arcas privadas. Esta extralimitación ha provocado la fragilidad de los Estados occidentales, menos capaces de ejercer su autoridad en el mundo. Como reacción a su propia debilidad y a los nuevos acontecimientos en el Sur Global, Estados Unidos ha liderado a sus aliados en el lanzamiento de una amplia campaña de presión contra lo que considera sus “rivales cercanos”, es decir, China y Rusia. Esta hostil política exterior, que incluye una guerra comercial, sanciones unilaterales, diplomacia agresiva y operaciones militares, se conoce ahora comúnmente como la Nueva Guerra Fría.

Además de estas medidas tangibles, la guerra de la información es un elemento clave de la Nueva Guerra Fría. En las sociedades occidentales actuales, cualquier esfuerzo por promover una conversación equilibrada y razonable sobre China y Rusia, o incluso sobre los principales Estados del mundo en desarrollo, es atacado implacablemente por las instituciones estatales, corporativas y mediáticas como medida de desinformación, propaganda e injerencia extranjera. Incluso los hechos establecidos, sin mencionar las visiones alternativas, se tratan como cuestiones controvertidas. En consecuencia, se ha vuelto prácticamente imposible entablar debates constructivos sobre el nuevo orden mundial, los nuevos regímenes de comercio y desarrollo, o las cuestiones urgentes que requieren la cooperación mundial, como el cambio climático, la pobreza y la desigualdad, entre otras. En este contexto, el diálogo entre los intelectuales de países como China con sus homólogos de Occidente se ha roto. Del mismo modo, el diálogo entre los intelectuales de países del Sur Global y China también se ha visto obstaculizado por la Nueva Guerra Fría, que ha tensado los ya débiles canales de comunicación dentro del mundo en desarrollo. Como consecuencia, el panorama conceptual, los términos de referencia y los debates clave que tienen lugar en China son casi totalmente desconocidos fuera del país, dificultando enormemente la celebración de debates racionales entre países.

La Nueva Guerra Fría ha provocado un enorme recrudecimiento de la sinofobia y el racismo antiasiático en los Estados occidentales, a menudo alentados por los líderes políticos. El aumento de la sinofobia ha acentuado la falta de compromiso genuino de los intelectuales occidentales con las perspectivas, discusiones y debates chinos contemporáneos; y debido al inmenso poder de los flujos de información occidental en todo el mundo, estas actitudes despectivas también han crecido en muchos países en desarrollo. Aunque cada vez hay más estudiantes internacionales en China, éstos tienden a estudiar asignaturas técnicas y, por lo general, no se centran en los debates políticos más amplios dentro de China y sobre China, ni participan en ellos.

Ante el actual clima mundial de conflicto y división, es imprescindible desarrollar líneas de comunicación y fomentar el intercambio entre China, Occidente y el mundo en desarrollo. El abanico de pensamiento y discurso político dentro de China es inmenso, abarcando desde una variedad de enfoques marxistas hasta la ardiente defensa del neoliberalismo, desde profundos exámenes históricos de la civilización china hasta los profundos pozos de pensamiento patriótico que han crecido en el período reciente. Lejos de ser estáticas, estas tendencias intelectuales han evolucionado con el tiempo e interactúan entre sí. En China ha surgido una rica variedad de pensamiento marxista, desde el maoísmo hasta el marxismo creativo; aunque todas estas tendencias se centran en las teorías, la historia y los experimentos socialistas, cada una de ellas ha desarrollado una escuela de pensamiento distinta con su propio discurso interno, así como debates con otras tradiciones. Mientras tanto, el panorama del pensamiento patriótico es mucho más ecléctico, con algunas tendencias que se traslapan con las tendencias marxistas, lo cual es comprensible dadas las conexiones entre el marxismo y la liberación nacional, mientras que otras están más cerca de ofrecer explicaciones culturalistas de los avances en el desarrollo de China. Esta diversidad de pensamiento no se refleja en las interpretaciones o representaciones externas de China, ni siquiera en la literatura académica, que por el contrario reproduce en gran medida las posturas de la Nueva Guerra Fría.

Para contribuir al desarrollo de una mejor comprensión y compromiso con el pensamiento y los debates que tienen lugar en China, Tricontinental: Institute for Social Research y Dongsheng News se han asociado con Wenhua Zongheng (文化纵横), una destacada revista de pensamiento político y cultural contemporáneo del país. Fundada en 2008, la revista es un importante referente de los debates y la evolución intelectual que tienen lugar en China, y publica cada dos meses números con artículos de intelectuales de diversas profesiones de todo el país. En el marco de esta asociación, Tricontinental: Institute for Social Research y Dongsheng News publicarán una edición internacional de Wenhua Zongheng, con cuatro números al año en inglés, portugués y español, cuya redacción estará a cargo de nuestro equipo editorial conjunto. La edición internacional incluirá traducciones de una selección de artículos de las ediciones chinas originales que revisten especial importancia para el Sur Global. Además, Tricontinental: Institute for Social Research publicará una columna en la edición china de Wenhua Zongheng, en la que se recogerán voces de África, Asia y América Latina en diálogo con China (algunas de las cuales se publicarán también en la edición internacional). Nos entusiasma emprender este proyecto y esperamos que introduzca a los lectores en el vibrante discurso que se está desarrollando en China, que permita compartir las importantes perspectivas del Sur Global con la audiencia china y que enriquezca el diálogo y el entendimiento internacionales. En lugar de la división global que persigue la Nueva Guerra Fría, nuestra misión es aprender unos de otros para avanzar hacia un mundo de colaboración y no de confrontación.

La Crisis Ucraniana y la Construcción de un Nuevo Sistema Internacional

Yang Ping

Cinco siglos de transformación global: Desde una perspectiva china

Yao Zhongqiu

Construyendo los nuevos “Tres Anillos”: la configuración de las relaciones exteriores de China ante el desacoplamiento

Cheng Yawen

Construyendo los nuevos “Tres Anillos”: la configuración de las relaciones exteriores de China ante el desacoplamiento | 28.03.2023
Observatorio de la Tierra de la NASA, con modificaciones de Mapthematics LLC. / Wikimedia Commons.

Construyendo los nuevos “Tres Anillos”: la configuración de las relaciones exteriores de China ante el desacoplamiento

Cheng Yawen

Cheng Yawen(程亚文)es decano del Departamento de Ciencias Políticas de la Escuela de Relaciones Internacionales y Políticas Públicas de la Universidad de Estudios Internacionales de Shanghái. Con anterioridad ejerció como docente en el Departamento de Teoría de la Guerra e Investigación Estratégica de la Academia de Ciencias Militares del Ejército Popular de Liberación. Sus áreas de investigación incluyen política comparada y estrategias de desarrollo nacional. Se ha interesado durante mucho tiempo en temas como el impacto de la globalización en los países subdesarrollados, las estrategias de desarrollo elegidas por los países subdesarrollados en medio de la globalización y las relaciones entre China y los países subdesarrollados.

La “operación militar especial” lanzada por Rusia contra Ucrania, y el consiguiente estancamiento de las relaciones entre Occidente y Rusia, son acontecimientos históricos que señalan el inminente final de la ola de globalización iniciada en la década de 1980. Los esfuerzos irracionales de Estados Unidos para amedrentar a sus aliados con el fin de que apliquen sanciones criminales contra Rusia y de intimidar a otros países para que tomen partido en este conflicto, han llevado al mundo a un estado que recuerda a las mortíferas luchas globales del siglo XX. Estos acontecimientos constituyen un gran desafío para China. El fin de esta tendencia de globalización significa que el país ya no dispondrá del mismo contexto de desarrollo que ha gozado en los últimos cuarenta años, y que Estados Unidos probablemente intensificará su presión para restablecer su dominio sobre el sistema internacional y desvincularse de China y Rusia. El mundo ha experimentado un cambio de paradigma[1]. Ante una posible desvinculación forzosa y completa de Estados Unidos y los países occidentales, China debe tomar la iniciativa y ajustar su orientación exterior estratégica, redefiniendo las prioridades de los países con los que se relaciona para desarrollar un nuevo orden internacional que lo salvaguarde contra las repercusiones de este desacoplamiento.

La regla tácita del orden internacional: la estructura de poder centro-periferia

Transcurridas tres décadas desde el colapso de la Unión Soviética, las relaciones entre Rusia y Occidente han sido vacilantes. Al comienzo, Rusia mantuvo lazos amistosos con Estados Unidos y los países occidentales, luego se fue distanciando de ellos y ahora ha entrado en una feroz confrontación. La evolución de esta relación refleja los límites políticos de la globalización. A diferencia de las nociones románticas de este proceso impuestas tras el final de la Guerra Fría, lo cierto es que esta época fue testigo del establecimiento de la hegemonía estadounidense y del desmembramiento de la Unión Soviética y del campo socialista. Este proceso de globalización y la búsqueda estadounidense de la supremacía mundial son dos caras de la misma moneda; se condicionan y promueven mutuamente. Esta situación no puede continuar indefinidamente debido a la incapacidad del sistema de fomentar la igualdad internacional, con los países desarrollados y en desarrollo, atrapados en una relación de Estados dominadores y dominados. Por un lado, la globalización se abandona, se invierte o se rediseña cuando se vuelve en contra de sus creadores, amenazando su superioridad. Por otro lado, los países seguirán resistiendo cuando los Estados poderosos persigan implacablemente la dominación[2]. La operación militar especial de Rusia contra Ucrania fue el resultado de la naturaleza dominadora de esta fase de globalización, y ha llevado al sistema dominado por Estados Unidos a un punto muerto.

La expansión hacia el Este de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), que se ha prolongado durante décadas, es el principal motivo del ataque preventivo de Rusia. La expansión militar no era sólo una cuestión de seguridad, sino también económica, como parte de los esfuerzos de Estados Unidos por marginar a Rusia. Los esfuerzos de Rusia por aprovechar la globalización para alcanzar el desarrollo nacional y convertirse en un país central en el orden mundial, iban en contra de la lógica de la globalización liderada por Estados Unidos. Los principales intereses del capital mundial, y en particular del capital financiero, se han centrado en la energía, los cereales y los minerales de Rusia, sectores que pueden explotar para obtener beneficios desmesurados. Sin embargo, durante el mandato del presidente ruso Vladimir Putin, el Estado ha reforzado su control sobre sectores clave relacionados con la seguridad nacional y los medios de subsistencia de la población, y ha tratado de construir una unión económica euroasiática con el objetivo de crear espacio para su propio crecimiento económico. Ésto ha molestado al capital extranjero. La expansión de la OTAN hacia el Este es una manifestación del control que ejerce el capital sobre la política para lograr la expansión del mercado. Si Rusia no puede responder eficazmente a los esfuerzos por reducir su espacio de desarrollo y exacerbar su marginación, se verá aún más confinada a ser productora de bienes primarios y perderá el acceso a la política de las grandes potencias, lo que aumentará la probabilidad de una crisis política interna, que las élites rusas desean evitar.

La estructura de poder del orden mundial contemporáneo ha quedado al descubierto con la expansión oriental de la OTAN y el amplio régimen de sanciones impuesto por los países occidentales a Rusia. Tras la Segunda Guerra Mundial, el sistema colonial europeo comenzó a desvanecerse y, durante la última mitad del siglo XX, el orden mundial se centró en las Naciones Unidas y en el derecho internacional, concretamente en el principio de la igualdad soberana de los Estados. Sin embargo, el orden jerárquico centro-periferia del sistema colonial europeo no ha desaparecido realmente, sigue existiendo de forma implícita y oculta. Las jerarquías absolutas de poder que imponía el régimen colonial han sido sustituidas por un orden internacional basado en responsabilidades “comunes pero diferenciadas”, en el que los Estados son soberanos iguales en apariencia, pero desiguales en su ejercicio real del poder[3]. Aunque Estados Unidos y sus aliados se refieren a este sistema internacional como un orden “basado en reglas”, en el cual todas las naciones están obligadas a observar las mismas normas, en realidad gira en torno a Occidente y no a la ONU y al derecho internacional.

La hegemonía estadounidense de posguerra es la encarnación moderna del orden mundial centro-periferia. El Grupo Internacional de los Siete (G7), creado en la década de 1970, celebra reuniones anuales en las que Canadá, Francia, Alemania, Italia, Japón, el Reino Unido y Estados Unidos debaten no sólo los asuntos de estos siete países, sino también cuestiones globales para las que negocian y determinan las normas internacionales. El llamado orden basado en reglas es, de hecho, un orden basado en las normas elaboradas por los países occidentales y sus aliados. Lo que importa aquí es quién hace las reglas. En este sistema global, la división del trabajo, la oferta monetaria, la producción industrial y la elaboración de normas son competencia exclusiva de unos pocos países selectos. La posición privilegiada de estos países se rompería si otras naciones intentaran unirse a su club y pertubaran la autoridad normativa, el dominio monetario y la superioridad tecnológica mantenidos a través del régimen de derechos de propiedad intelectual. El inesperado ascenso económico de China en las últimas décadas ha roto precisamente este orden mundial centro-periferia de posguerra, amenazando los privilegios estructurales de los países occidentales, que nunca habían imaginado que China pudiera entrar en el centro de la escena mundial (aunque China sólo se está acercando a esta posición y aún no ha llegado). Por ello, en los últimos años, Estados Unidos ha calificado a China de “competidor estratégico” y se ha mostrado dispuesto a utilizar cualquier medio para frenar su desarrollo.

La expansión de la OTAN hacia el este y el intento de Washington de contener a China sugieren que Estados Unidos y los países occidentales sólo buscan mantener y reforzar sus propias posiciones de poder en el orden mundial. El conflicto entre Rusia y Ucrania y las exhaustivas sanciones occidentales contra Rusia han puesto aún más de manifiesto la verdad sobre el sistema global: la mayor parte del mundo se encuentra en el “sector rural” de la periferia global, mientras que sólo unos pocos países selectos se sientan en las “ciudades” del centro global, en cuyo núcleo se encuentra Estados Unidos. Estos países no desean que el “mundo rural” se convierta en “urbano”, como es su caso. China y Rusia obstaculizan el “centro de la ciudad” global en dos aspectos claves: por su fuerte capacidad para controlar el capital, puesto que ambos países son los territorios más grandes que quedan en el mundo sin ser sometidos a la dominación arbitraria de la globalización capitalista; y por su fuerza nacional que es mucho mayor a la de la mayoría de los países y contiene los esfuerzos del “centro de la ciudad” por controlar aún más el “campo” de la periferia global. Durante esta oleada de globalización, China ha abandonado el “campo” por la “ciudad” con su fuerte crecimiento económico y el aumento general de su poderío nacional. Los países del centro, a pesar de sus anteriores elogios entusiastas a la globalización, lideran ahora los esfuerzos de “desglobalización”, poniendo de manifiesto los límites de la universalidad del orden internacional de posguerra. China y las demás naciones del “campo” que se unen a las “ciudades” constituyen un proceso sencillamente intolerable para los países centrales.

La base de apoyo al multilateralismo está en el Sur Global

Desde los años 80, China ha impulsado la reforma y la apertura y ha promovido la cooperación internacional, incluyendo, en la última década, una propuesta para la construcción de “una comunidad con un futuro compartido para la humanidad” (人类命运共同体, rénlèi mìngyùn gòngtóngtǐ). Estos esfuerzos se remontan a la antigua idea china de “la gran unidad bajo el cielo” (天下大同, tiānxià dàtóng). No obstante, esta “gran unidad” no puede lograrse sólo con el deseo de China. En el contexto actual de hostilidad total de Occidente, liderado por Estados Unidos, hacia Rusia y China, el mundo no puede contemplarse ya de forma mecánica y suponer simplemente que está unido en torno a la paz y el desarrollo. Por el contrario, es necesario considerar seriamente las amenazas de la competencia, el conflicto y la guerra; incluso si se excluye la guerra de los resultados probables, está claro que ya no es posible para China seguir su camino de desarrollo en el sistema de globalización dominado por Occidente. Por ello, China debe reconsiderar su respuesta a la pregunta primordial en materia de relaciones exteriores: ¿qué países son socios potenciales para China, ahora y en el futuro, y con qué países tendrá China dificultades para establecer o mantener asociaciones?

Como bien dice un conocido refrán chino, las cosas similares se agrupan y las personas similares encajan (o, los pájaros del mismo plumaje vuelan juntos). Lo mismo ocurre con las naciones: aquellas que comparten experiencias, contextos y retos similares tienen más probabilidades de establecer una relación de cooperación duradera. Desde el siglo XIX, el mundo ha experimentado una transformación global impulsada por tres componentes claves: la industrialización, la construcción racional del Estado y las ideologías de progreso, pasando de un mundo policéntrico sin un centro dominante a un orden centro-periferia altamente interrelacionado y jerárquico, en el que el centro de gravedad residía en Occidente[4]. Entre mediados y finales del siglo XIX y principios del XX, el imperialismo y la globalización eran dos caras de la misma moneda: el imperialismo ha impulsado la globalización, mientras que la globalización ha reforzado el imperialismo. Juntos, estos procesos relacionados han atrapado a las naciones periféricas del mundo en una prisión de subdesarrollo, de la que es extremadamente difícil liberarse. Occidente, como antiguo centro del sistema internacional y cuna del imperialismo, produjo tanto el orden colonial moderno como el sistema de hegemonía estadounidense que ha dominado el mundo desde mediados y finales del siglo XX. Mientras tanto, muchos movimientos revolucionarios, en concreto las luchas anticoloniales del siglo pasado, han combatido para superar la desigualdad y la injusticia de esta estructura de poder global centro-periferia.

En este orden mundial desigual, los países centrales no acogen de forma justa a los países periféricos en el centro y se oponen a las revoluciones en la periferia. En consecuencia, para liberarse de la subordinación y la explotación, los países periféricos tienen que trabajar juntos y, en ocasiones, explotar las fisuras entre los Estados del centro, cooperando tácticamente con los Estados centrales cuando ello puede hacer avanzar la lucha. A lo largo del siglo pasado, durante la Revolución China y la consolidación del poder estatal, las principales fuerzas externas de las que China dependía para obtener apoyo, procedían de la periferia mundial. En la primera mitad del siglo XX, el Partido Comunista de China (PCCh) era miembro de la Internacional Comunista, una alianza de actores estatales y no estatales entre los pueblos colonizados y oprimidos del mundo. Durante la Guerra de Resistencia contra la Agresión Japonesa (1931-45), China se unió a la Guerra Antifascista Mundial, defendió la bandera antiimperialista e impulsó la lucha por desmantelar las desiguales estructuras globales creadas por los Estados imperialistas. Tras la fundación de la República Popular China (RPC) en 1949, China puso mucho énfasis en la cooperación con los países del Tercer Mundo y apoyó los movimientos anticoloniales y el desarrollo posterior a la independencia en Asia, África y América Latina. Especial importancia tuvo la participación activa de China en la Conferencia de Bandung de 1955 -un paso fundamental para la posterior creación del Movimiento de Países No Alineados en 1961-, donde fue bien recibida su propuesta de los Cinco Principios de Coexistencia Pacífica (和平共处五项原则, hépíng gòngchǔ wǔ xiàng yuánzé) para las relaciones internacionales. La conferencia se convirtió en un hito en las relaciones de China con el Sur Global, donde la cooperación y la solidaridad cobraron un impulso positivo[5]. Con el apoyo de los países periféricos, la RPC recuperó su legítimo lugar en las Naciones Unidas en 1971, convirtiéndose en miembro permanente del Consejo de Seguridad.

La solidaridad y el apoyo mutuos entre China y los países de Asia, África y América Latina han seguido siendo una característica clave del enfoque chino de las relaciones internacionales, que hace hincapié en la cooperación multilateral con los países en desarrollo del Sur Global para defender la soberanía nacional y el desarrollo en una lucha conjunta contra el orden internacional desigual e injusto estructurado por los países centrales. A pesar de centrarse en las relaciones con los países periféricos, en el marco de la “diplomacia omnidireccional” (全方位外交, quán fāngwèi wàijiāo), China sigue abierta a entablar y desarrollar una cooperación amistosa con los países desarrollados occidentales y otras grandes potencias. Sin embargo, cabe señalar que, en el pasado, la interacción y cooperación entre China y los países centrales siempre conllevaba dos condiciones previas: por un lado, China insistía en desarrollar sus relaciones exteriores basadas en la independencia, la igualdad y el beneficio mutuo, oponiéndose a las jerarquías de poder existentes en las relaciones internacionales. Por otro lado, los países centrales ponían un techo a su colaboración con China: no se podía alterar la posición de los países occidentales en el centro de la estructura de poder mundial. Cuando no se cumplía alguna de estas dos condiciones previas, China, como miembro del mundo en desarrollo, se enfrentaba a serias dificultades para profundizar en su cooperación con los países occidentales, especialmente en cuestiones políticas.

Ajustando las prioridades geográficas de las relaciones exteriores de China

En los últimos cuarenta años, China ha intentado colaborar con todas las demás naciones, dejando a un lado las diferencias ideológicas y las disparidades institucionales entre países. Poco a poco, las relaciones internacionales de China llegaron a guiarse por la siguiente lógica: las grandes potencias son la clave; las zonas circundantes son la primera prioridad; los países en desarrollo son los cimientos; y los foros multilaterales son el escenario importante. Sin embargo, este modelo ha ido encontrando cada vez más obstáculos a medida que la actual era de la globalización llega a su fin. El proceso iniciado por Estados Unidos de desacoplamiento de China en términos de intercambios económicos, tecnológicos, de conocimiento y entre personas -un proceso en el que Washington ha coaccionado a otros países occidentales para que se sumen a él- no tiene visos de revertirse, por el contrario, podría intensificarse aún más como consecuencia de la guerra entre Rusia y Ucrania.

Desde su fundación en 1949, la RPC ha experimentado varios cambios significativos en la dirección de su política exterior. Todos ellos en respuesta a situaciones históricas específicas, desde la defensa de los Cinco Principios de Coexistencia Pacífica en los primeros años de la RPC, pasando por la Teoría de los Tres Mundos propuesta en el contexto de la normalización de las relaciones entre China y Estados Unidos en la década de 1970, hasta el énfasis en el desarrollo de asociaciones con países occidentales como parte de la transición hacia la reforma y la apertura después de 1978. La situación actual se caracteriza por lo que el presidente chino Xi Jinping ha denominado “grandes cambios nunca vistos en un siglo” (百年未有之大变局, bǎinián wèi yǒu zhī dà biànjú) y por la creciente tendencia de los Estados occidentales a suprimir los desafíos a su autoridad. Especialmente en el periodo transcurrido desde que estalló la guerra entre Rusia y Ucrania, los Estados occidentales han revelado su voluntad de confabularse, presionar y contener a los países en desarrollo, una característica del actual orden dominado por Occidente que socavará las relaciones internacionales durante algún tiempo. China no puede evitar sentirse altamente alarmada por las medidas punitivas que Occidente ha impuesto a Rusia, ya que también podrían imponerse a China de manera similar en el futuro. Por esta razón, es urgentemente necesario que China reevalúe su tradición multilateralista y reoriente la configuración geográfica de sus relaciones exteriores, reforzando sus asociaciones con los países en desarrollo del Sur Global para fomentar un nuevo entorno internacional que favorezca la seguridad nacional y el desarrollo a largo plazo de China.

En 1974, Mao Zedong expuso su Teoría de los Tres Mundos, que clasificaba a los países del mundo en tres grandes grupos, requiriendo cada uno de ellos un planteamiento distinto de compromiso por parte de China. El tercer grupo, integrado por los países en desarrollo del Tercer Mundo, era el principal objetivo de China, que también formaba parte del Tercer Mundo. El gobierno y el pueblo chino apoyaban firmemente las justas luchas de todos los pueblos y naciones oprimidos. Basándose en las prácticas y experiencias previas de China en materia de relaciones exteriores, la teoría esbozaba prioridades espaciales para los vínculos de China con otros países y proporcionaba una importante guía ideológica para el planteamiento del país respecto a la cooperación Sur-Sur. Actualmente, esta teoría sigue siendo de gran relevancia y debería guiar la reconfiguración de las prioridades espaciales de las relaciones exteriores de China. Contrariamente al énfasis puesto en la colaboración con los países occidentales desde que se iniciaron la reforma y la apertura hace cuatro décadas, China necesita ahora poner en primer plano el avance del proyecto Sur-Sur.

Trátese de asuntos diplomáticos, de desarrollo a largo plazo o de rejuvenecimiento nacional, los acuerdos estratégicos exteriores de China tendrán que dar prioridad durante un período de tiempo considerable a la relación con los países del Sur Global. China debería definir sus relaciones exteriores y promover la construcción de un nuevo orden global bajo el marco de los “tres anillos” (三环, sān huán). El primer anillo se refiere a las regiones vecinas de China de Asia Oriental, Asia Central y Oriente Medio, que presentan importantes consideraciones en materia de recursos, energía y seguridad. El segundo anillo lo constituyen los países en desarrollo de Asia, África y América Latina, con los cuales China participa en proyectos de comercio, inversión e infraestructuras, a los que China entrega principalmente su ayuda exterior. Por último, el tercer anillo lo conforman Estados Unidos, los países europeos y otras naciones industrializadas con las que China intercambia productos industriales, tecnologías y conocimiento.

En el nuevo marco de los “tres anillos”, la primera y principal prioridad de China para ayudar a construir un nuevo sistema internacional debe ser el primer anillo, es decir, Asia Oriental, Asia Central y Oriente Medio. Es necesario reforzar el compromiso y la cooperación entre los países asiáticos para seguir promoviendo la integración económica de Asia Oriental y los vínculos con Asia Central y Oriente Medio. En los últimos años, mediante la promoción de la diplomacia económica, China ha hecho considerables progresos en el avance de la integración económica de Asia Oriental y la cooperación económica con muchos países asiáticos. El último gran avance en la integración económica de Asia Oriental se hizo realidad el 1 de enero de 2022, cuando, tras años de negociación, entró finalmente en vigor la Asociación Económica Integral Regional (RCEP, por sus siglas en inglés). Sin embargo, los intercambios económicos entre los países de Asia Oriental en los últimos años se han visto cada vez más afectados por fuerzas extrarregionales y cuestiones de seguridad, con disputas sobre los derechos marítimos en el Mar de China Meridional y la estrategia “Indo-Pacífica” de Washington alimentando la incertidumbre en la región. Para evitar que fuerzas externas exploten los problemas internos de Asia, China debería alejarse de la “supremacía del PIB”, o de un enfoque estrecho en asuntos económicos, que priorizaba anteriormente en sus relaciones exteriores, prestar más atención a las agendas políticas y de seguridad de la región y promover una mayor cooperación en materia de seguridad entre los países asiáticos.

La cooperación Sur-Sur es la base material de los nuevos “tres anillos”

La base material del nuevo marco de los “tres anillos” es la cooperación Sur-Sur, un concepto que surgió a finales del siglo XX en relación con los intereses mutuos, el apoyo y la solidaridad entre los países del Tercer Mundo[6]. A partir del siglo XXI, se sientan nuevas bases para la cooperación Sur-Sur, lo que hace que el concepto sea más realizable en la realidad. La principal razón de ello es que, en las últimas décadas, varios países en desarrollo de Asia, África y América Latina han podido industrializarse o casi industrializarse “subiendo por la escalera prestada”, aprovechando las oportunidades que ofrece la ola de la globalización. Un nuevo sistema mundial de producción y circulación de materiales ha tomado forma en estos países y va camino de eclipsar la “escalera” original de la globalización construida por los países occidentales. Este nuevo sistema global se ha manifestado en dos aspectos importantes.

En primer lugar, la participación de los países en desarrollo en la economía mundial ha cambiado significativamente. En 1980, los países desarrollados representaban el 75,4% del PIB mundial, mientras que los países en desarrollo representaban menos del 25%. Sin embargo, en 2021, la participación del primer grupo en el PIB mundial había caído a un 57,8%, mientras que la del segundo había aumentado hasta el 42,2%[7]. El PIB combinado de los países BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) más Turquía, Corea del Sur e Indonesia, en términos de paridad de poder adquisitivo (PPA), pasó del 21% de la economía mundial en 1992 al 37,7% en 2021, mientras que la participación combinada de los países del G7 se redujo del 45,8% al 30,7% en el mismo periodo[8].

En segundo lugar, el comercio y la inversión recíproca entre países en desarrollo también han pasado a ser fundamentales. De 1997 a 2010, el comercio entre China y los Estados africanos se multiplicó por un 22,4 y el comercio con los Estados latinoamericanos se multiplicó aproximadamente por 22; y de 2010 a 2021, el comercio entre China y África y entre China y América Latina se multiplicará por 2 y por 2,5, respectivamente[9]. De 2000 a 2018, el comercio entre China y los Estados árabes pasó de 15.200 millones de dólares a 244.300 millones de dólares, lo que supone multiplicarse por 16 en menos de veinte años[10]. Otras economías emergentes, como Brasil e India, han incrementado considerablemente su comercio con los países en desarrollo. De 2003 a 2010, el comercio de Brasil con los Estados árabes se multiplicó por cuatro, mientras que su comercio con los Estados africanos se multiplicó por cinco, alcanzando un total de 26.000 millones de dólares, una cifra superior al comercio de Brasil con socios comerciales tradicionales como Alemania y Japón; y de 2010 a 2019, el comercio de Brasil con los Estados árabes y africanos aumentó un 98% y un 68%, respectivamente[11]. Del mismo modo, desde 2001, el comercio de la India con los Estados africanos ha crecido a una tasa media anual de 17,2% y, de 2011 a 2021, se multiplicó por 2,26[12]. El comercio de la India con los Estados latinoamericanos, así como con la región de Oriente Medio y el Norte de África, ha experimentado un crecimiento similar. Los volúmenes comerciales entre los países en desarrollo crecen a un ritmo más rápido que la media mundial, mientras que el comercio con los países desarrollados sigue disminuyendo.

Dentro del mundo en desarrollo, en Asia ha surgido una red de cooperación económica especialmente importante, centrada en torno a China. Así lo demuestran las siguientes cuatro tendencias:

  1. Asia vuelve a ser el centro de gravedad de la economía mundial. En 1980, los países en desarrollo de Asia sólo representaban el 13,7% del PIB mundial; sin embargo, su participación aumentaría hasta el 24,7% en 2010 y alcanzaría el 35,8% en 2021[13]. En el caso de los países de Asia Oriental (incluidos China, Japón, Corea del Sur y diez países del Sudeste Asiático), en 1980 su participación en el PIB mundial solo rondaba el 16,2%, pero en 2020 se había más que duplicado, alcanzando el 30%[14]. Mientras tanto, entre los quince países miembros del RCEP, en 2020, el conjunto de su población alcanzaba los 2.270 millones de habitantes, el PIB acumulado ascendía a 26 billones de dólares, y el total de importaciones y exportaciones superaba los 10 billones de dólares, lo que suponía alrededor del 30% del total mundial[15]. Según HSBC, se estima que el tamaño acumulado de las economías del RCEP se ampliará hasta alcanzar el 50% de la economía mundial en 2030[16].
  2. El comercio y la inversión mundial también se están desplazando hacia Asia, cuya participación en el comercio mundial ha aumentado de forma constante, pasando del 15,7% en 1980 a 22,2% en 1990, a 27,3% en 1995, a 26,7% en 2000, a 25,6% en 2001 y a 36% en 2020. En la actualidad, Asia es la principal región comercial del mundo[17].
  3. El nivel del comercio intrarregional empequeñece el del comercio extrarregional en Asia. Entre 2001 y 2020, el comercio interior total de Asia pasó de 3,2 billones de dólares a 12,7 billones, con una tasa media de crecimiento nominal anual de 7,5%. Durante el mismo periodo, la participación de Asia en el comercio mundial total aumentó de 25,6% a 36,0%[18]. En 2020, el comercio intrarregional de Asia representó casi al 58,5% de todo su comercio exterior[19].
  4. Asia Oriental y Occidental se están acercando económicamente. Los principales destinos de la energía de Oriente Medio han pasado de Estados Unidos y Europa a Asia Oriental y Meridional.

En la actualidad, los países en desarrollo han conformado la estructura preliminar de un nuevo sistema económico mundial, pero es necesaria una mayor sinergia entre ellos para alcanzar un mayor grado de conectividad económica, así como una mayor influencia política en el ámbito internacional y liberarse del control y la coerción de Occidente. En la última década, China se ha convertido en la mayor economía real del mundo (en lo que respecta a la producción e intercambio de bienes y servicios) y en la segunda economía global, así como en el mayor socio comercial de la mayoría de los países del mundo. En 2021, la participación mundial del sector manufacturero chino era de casi el 30%. Como país que produce la mayor cantidad de bienes materiales del mundo, China se encuentra en una posición similar a la de Estados Unidos en el periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial (en su punto álgido, en 1953, Estados Unidos representaba aproximadamente el 28% de la producción industrial mundial). Lo que China puede y debe hacer es tomar la iniciativa para impulsar una estrategia global que mejore el sistema de intercambio mundial de materiales entre los países en desarrollo, es decir, que haga efectivamente realidad la cooperación Sur-Sur.

Sin embargo, persisten las deficiencias. El comercio y las inversiones actuales entre países en desarrollo siguen dependiendo en gran medida de las redes financieras y monetarias dirigidas por Occidente. Para que los países en desarrollo sigan aumentando su autonomía económica y política, y para que las economías emergentes adquieran niveles de influencia política en el sistema mundial en proporción a sus escalas económicas, deben superar su dependencia financiera y monetaria de Occidente. Por lo tanto, para construir un “nuevo sistema internacional de tres anillos”, los países en desarrollo deben tener en cuenta no sólo los factores geopolíticos tradicionales, sino también los sistemas mundiales de finanzas e información. En los últimos años, China ha explorado esta posibilidad desarrollando swaps de divisas con varias economías de mercado emergentes. Es preciso crear un mecanismo de cooperación financiera y monetaria más amplio y de mayor nivel entre los países en desarrollo. Para ello, es importante aprovechar las plataformas y mecanismos existentes que pueden potenciar la cooperación Sur-Sur, entre ellos, actualizar y transformar el Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras (BAII) y el Nuevo Banco de Desarrollo (NDB), creados por los países BRICS para avanzar en un sistema de pagos internacional autónomo; reforzar la cooperación financiera y en materia de seguridad en el marco de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS), en particular entre China, Rusia, India e Irán cooperación (cabe señalar que Rusia también es un país en desarrollo y que las economías china y rusa son muy complementarias); seguir promoviendo la integración económica de Asia Oriental en el marco de la Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI), con un esfuerzo especial para consolidar los logros del RCEP; construir un mercado común de la energía en Asia, de modo que los compradores de Asia Oriental y Meridional y los vendedores de Oriente Medio, Asia Central y Rusia puedan compartir la misma red de comercio y pago de energía; hacer un uso adecuado del mecanismo de la Cumbre de los BRICS, profundizando así en la cooperación Sur-Sur; y promover la diversificación del sistema monetario internacional y la internacionalización del RMB en el contexto de la cooperación Sur-Sur, así como apoyar el estatus internacional del euro al tiempo de protegerse contra la hegemonía del dólar estadounidense.

Hace cien años, los dirigentes del PCCh propusieron la estrategia revolucionaria de “rodear las ciudades desde las zonas rurales” (农村包围城市, nóngcūn bāoweí chéngshì). En la actual era de “grandes cambios nunca vistos en un siglo”, China y los países en desarrollo necesitan desmantelar el orden mundial centro-periferia, superar la hostilidad de los países occidentales y mejorar la solidaridad y la cooperación dentro del “sector rural” global. El fortalecimiento de la cooperación Sur-Sur creará condiciones favorables y movilizará recursos para la construcción de un nuevo sistema mundial de “tres anillos”, que puede aliviar las tensiones internacionales y permitir a los países en desarrollo, incluida China, ocupar el lugar que les corresponde en el centro del orden económico y político mundial. Tras más de cuarenta años de reforma y apertura, China debe ajustar su concepción de la “apertura” y transformar su forma de entender las relaciones exteriores. Por supuesto, debe seguir intentando mantener su cooperación con Occidente mientras sea posible y mientras éstos no tomen la decisión de enfrentarse completamente a China.

Nota: Este artículo fue editado por Guo Jinze.

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Zhu, Xiaoxiong y Li Pan. “How Effectiveness of RCEP Will Benefit World Economy” [RCEP生效,世界经济受益几何]. Guangming Daily [光明日报], 4 de enero de 2022.

Notas del autor

1. Cheng Yawen, “Understanding the Paradigm Shift in the Characteristics of the Times” [理解时代特征的范式性变革], Academic Frontiers [学术前沿], no. 15 (2022): 42-53.

2. Cheng Yawen, “Political Limits of Globalisation” [全球化的政治限度], Dushu [读书], no. 11 (2020).

3. Cheng, “Understanding the Paradigm Shift”.

4. Barry Buzan y George Lawson, The Global Transformation: History, Modernity, and the Making of International Relations [全球转型:历史、现代性与国际关系的形成], trad. Sui Shunji (Shanghai People’s Publishing House, 2020).

5. Hong Liu, “China Engages the Global South: From Bandung to the Belt and Road Initiative”, Global Policy 13, no. S1 (2022): 11-22.

6. Para la edición internacional de este artículo, las estadísticas se han actualizado para reflejar los datos más recientes.

7. Calculado a partir de la base de datos de “Perspectivas de la economía mundial del FMI (octubre de 2022)”, https://www.imf.org/external/datamapper/NGDPD@WEO/OEMDC/ADVEC/WEOWORLD.

8. Calculado a partir de la base de datos de “Perspectivas de la economía mundial del FMI (octubre de 2022)”, https://www.imf.org/external/datamapper/PPPSH@WEO/OEMDC/ADVEC/WEOWORLD/BRA/RUS/IND/CHN/ZAF/TUR/IDN/KOR/MAE.

9. En 1997, el valor del comercio entre China y África fue de 5.673 millones de dólares y el de China y América Latina de 8.376 millones, según el Anuario Estadístico de China de 1999. En 2010, el valor comercial entre China y África era de 127.000 millones de dólares y el de China y América Latina de 183.600 millones, según el Anuario Estadístico de China 2021. Por último, en 2021, el valor comercial entre China y África fue de 254.300 millones de dólares y el de China y América Latina fue de 451.591 millones de dólares, según la Administración General de Aduanas de China.

10. Jing Kai, “New chapter opens for China-Arab economic and trade cooperation” [中阿经贸合作奏响新乐章], Guangming Daily [光明日报], 5 de septiembre de 2019.

11. Calculado según los datos de la Solución Comercial Integrada Mundial (WITS), programa informático desarrollado por el Banco Mundial, en colaboración con la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD), que proporciona acceso a información estadística sobre comercio internacional, aranceles y medidas no arancelarias; “Brazil to play an ambitious global role” [巴西要在全球扮演雄心勃勃角色], Reference News [参考消息], 2 de septiembre de 2010.

12. Sun Xiaohan, “Analysis of the Current Situation and Prospects of India’s Investment and Trade with Africa” [印度对非投资贸易现状分析与前景展望], China Investment [中国投资], septiembre de 2021.

13. Calculado a partir de la base de datos de “Perspectivas de la economía mundial del FMI (octubre de 2022)”, https://www.imf.org/external/datamapper/NGDPD@WEO/WEOWORLD/APQ/CAQ/MEQ/JPN/AZQ. Se entiende por países en desarrollo de Asia las regiones designadas por el FMI de Asia y el Pacífico, Asia Central y el Cáucaso, y Oriente Medio, excepto Japón, Australia y Nueva Zelanda.

14. Calculado a partir de la base de datos de “Perspectivas de la economía mundial del FMI (octubre de 2022)”, https://www.imf.org/external/datamapper/NGDPD@WEO/OEMDC/ADVEC/WEOWORLD/EAQ/SEQ.  Se entiende por Asia Oriental las regiones de Asia Oriental y Asia Sudoriental designadas por el FMI.

15. Zhu Xiaoxiong y Li Pan, “How Effectiveness of RCEP Will Benefit World Economy” [RCEP生效,世界经济受益几何], Guangming Daily [光明日报], 4 de enero de 2022.

16. Li Ning, “RCEP Becomes Official! World’s Largest FTZ Starts” [RCEP正式生效!世界最大自贸区启航], International Business Daily [国际商报], 3 de enero de 2022.

 17. Wing Chu y Yuki Qian, Tapping the RCEP Opportunities: Hong Kong to Maximise GBA’s Unique Edge as a Business Platform, Hong Kong Trade Development Council (HKTDC) y ACCA, 18 de noviembre de 2021, https://portal.hktdc.com/resources/RMIP/20211112/67htt6r-QUNDQSZIS1REQyBSZXBvcnRfR0JBX1JDRVBfRU4=.pdf.

18. Chu y Qian, Tapping the RCEP Opportunities.

19. Foro de Boao para Asia, Annual Report 2022: Asian Economic Outlook and Integration Process, abril de 2022.

Cinco siglos de transformación global: Desde una perspectiva china | 28.03.2023

Detalle del Atlas catalán (c. 1375) que representa la caravana de Marco Polo por la Ruta de la Seda. Abraham Cresques / Wikimedia Commons.


Cinco siglos de transformación global: Desde una perspectiva china

Yao Zhongqiu

Yao Zhongqiu (姚中秋) es profesor de la Escuela de Estudios Internacionales y decano del Centro de Estudios Políticos Históricos de la Universidad Renmin de China. Ha publicado numerosos estudios y traducciones sobre la historia del pensamiento y las instituciones chinas, y actualmente se centra en la política histórica, la teoría del partido de vanguardia y los sistemas políticos mundiales modernos. Entre sus últimas publicaciones figuran The Chinese Moment in World History (世界历史的中国时刻) y Large and Lasting: A History of Chinese Political Civilisation (可大可久:中国政治文明史).

La humanidad está atravesando una convulsión global de una magnitud nunca vista en 500 años: el declive relativo de Europa y Estados Unidos, el ascenso de China y el Sur Global, y la consiguiente transformación revolucionaria del panorama internacional. Aunque a menudo se dice que la era del dominio mundial de Occidente ha durado cinco siglos, en rigor se trata de una exageración. En realidad, Europa y Estados Unidos han ocupado sus posiciones de hegemoía mundial durante 200 años, tras alcanzar sus fases iniciales de industrialización. La primera revolución industrial marcó un punto de inflexión en la historia mundial, repercutiendo significativamente en la relación entre Occidente y el resto del mundo. Hoy, la era de la hegemonía occidental ha llegado a su fin y está surgiendo un nuevo orden mundial, en el que China desempeña un papel fundamental. Este artículo explora cómo hemos llegado a la actual coyuntura mundial, examinando las distintas etapas de la relación entre China y Occidente.

Etapa I: Un equilibrio cambiante entre China y Occidente

El primer encuentro entre China y Europa se remonta a la era de la exploración naval en los siglos XV y XVI, durante la cual el navegante y diplomático chino Zheng He (1371-1433) emprende sus Viajes por los Mares Occidentales (郑和下西洋, Zhèng Hé xià xīyáng) (1405-1433), seguido de las expediciones navales portuguesa y española a Asia[1]. A partir de entonces, China estableció contacto directo con Europa a través de pasos oceánicos.

Durante este periodo, China estuvo gobernada por la dinastía Ming (1388-1644), que adoptó una visión del mundo guiada por el concepto de Tianxia (天下, tiānxià, “todo bajo el cielo”)[2]. Este sistema de creencias generalmente clasificaba a la humanidad en dos grandes civilizaciones: los chinos, que adoraban el cielo, y los occidentales, que, en general, adoraban a los dioses en un sentido monoteísta[3]. Es importante señalar que, en esta época, los chinos tenían una concepción amplia de Occidente. Consideraban que abarcaba todas las regiones que se expandían hacia el noroeste desde Mesopotamia hasta el mar Mediterráneo y luego hasta la costa atlántica, a diferenica de la noción contemporánea que suele limitarse a Estados Unidos, Canadá, Australia, Nueva Zelanda y Europa. Por su parte, la civilización china se extendió hacia el sureste, desde los confines del río Amarillo hasta la cuenca del Yangtsé y la costa. Ambas civilizaciones se encontrarían en la confluencia de los océanos Índico y Pacífico, momento a partir del cual se forjó una completa historia mundial. Sin embargo, al mismo tiempo, la Tianxia proponía una concepción universalista del mundo, en la que se consideraba que China y Occidente compartían la misma “isla mundial”. Separadas por las “Montañas Cebolla” (la Cordillera del Pamir, en Asia Central), se pensaba que cada civilización tenía su propia historia, aunque aún no existía una historia mundial unificada, y cada una mantenía, basándose en sus propios conocimientos, el orden Tianxia en sus respectivos extremos de la isla mundial.

Aunque la dinastía Ming interrumpió sus viajes por mar tras la séptima misión de Zheng He en 1433, algunas islas de los Mares del Sur (南洋, nányáng, que corresponden aproximadamente al Sudeste Asiático contemporáneo) se incorporaron al sistema tributario imperial chino (朝贡, cháogòng). Esto constituyó un cambio importante en el orden Tianxia, en comparación con las dinastías Han (202 a.C.-9 a.C., 25-220 d.C.) y Tang (618-907 d.C.) anteriores, en las que el tributo se recibía principalmente de los estados de las regiones occidentales (西域, xīyù, que corresponde aproximadamente a la Asia Central contemporánea). Esta expansión hacia el sudeste abrió a China un camino hacia el mar, ya que los chinos de la costa sudoriental emigraron a los mares del Sur y, con ellos, mercancías como la seda, la porcelana y el té entraron en el sistema de comercio marítimo. En comparación con los prósperos periodos Tang y Song (960-1279), el comercio de ultramar se expandió, siendo especialmente dinámica la economía de Jiangnan (江南, jiāngnán, “al sur del río Yangtsé”), centrada en gran medida en las exportaciones; en consecuencia, la industrialización se aceleró y China se convirtió, por primera vez, en la “fábrica del mundo”.

Las naciones europeas no llevaban ventaja en su comercio con China, pero compensaban su déficit con la plata que extraían en las Américas recién conquistadas. Esta plata llegó a China en grandes cantidades y se convirtió en una importante moneda de cambio, conduciendo a su globalización. Mientras tanto, la introducción en China de semillas de maíz y de camote, originarias de América, contribuyó al rápido crecimiento de la población de la nación debido a la idoneidad de estos cultivos para las duras condiciones.

Sin embargo, la implicación de China en la configuración de un orden mundial vinculado al mar también trajo consigo problemas inesperados para el país; en concreto, un desequilibrio entre su economía, que penetraba en el sistema marítimo, y sus instituciones políticas y militares, que seguían siendo continentales. Esta contradicción entre la tierra y el mar produjo importantes tensiones dentro de China, que acabaron provocando la desaparición de la dinastía Ming. Los conflictos fronterizos en el norte y el noreste requerían importantes recursos financieros, pero la mayor parte de la riqueza de China en aquella época procedía del comercio marítimo y se concentraba en el sureste. Como consecuencia, la educación prosperó en esta región costera, lo que dio lugar a que los funcionarios letrados (士大夫, shìdàfū) del sureste llegaran a dominar los procesos políticos de China e impidieran reformas fiscales para distribuir mejor la riqueza. En su lugar, se reforzó el sistema fiscal tradicional, imponiendo mayores cargas al campesinado[4]. Las tensiones acabarían llegando a un punto crítico; los impuestos pesaron especialmente sobre los campesinos del norte, que vivían principalmente de la agricultura, provocando su desplazamiento y convirtiéndose en emigrantes que acabaron derrocando al régimen Ming. Al mismo tiempo, los recursos militares del norte eran insuficientes, propiciando la creciente influencia de las fuerzas rebeldes Qing en el noreste y sus avances oportunistas hacia el sur, hasta culminar en el establecimiento del dominio de la dinastía Qing (1636-1912) dominando todo el país.

El origen de la dinastía Qing se remonta al pueblo Manchú del noreste de China, que tenía raíces culturales agrícolas y nómadas. A medida que las fuerzas Qing marchaban hacia el sur y fundaban su imperio, hacían grandes esfuerzos por establecer el control sobre las regiones que flanqueaban China por el oeste y el norte, un arco que se extendía desde la meseta de Mongolia hasta los montes Tianshan y la meseta Qinghai-Tíbet. Durante miles de años, estas regiones del noroeste fueron una fuente de inestabilidad política, en la que las sucesivas dinastías probaron y fracasaron en su intento de unificar toda China. Al integrar estas zonas en el Estado chino, la dinastía Qing pudo alcanzar este objetivo político histórico de unificación. Esta integración interna también repercutió en la posición internacional de China, ya que Rusia se convirtió en el vecino más importante del país al desviar la ruta terrestre de la seda hacia el norte, a través de la estepa mongola, por Rusia hacia el norte de Europa.

A mediados y finales del siglo XVIII, estos dos “arcos” de desarrollo, terrestre y marítimo respectivamente, tenían el mismo peso, pero distinta importancia para China: el terrestre proporcionaba seguridad, mientras que el marítimo era fuente de vitalidad. Sin embargo, tanto el desarrollo terrestre como el marítimo contenían dinámicas contradictorias: las regiones de la estepa noroccidental no eran muy estables internamente mientras que las relaciones con la vecina Rusia y el mundo islámico se mantenían estables. Por otro lado, los mares del sureste eran estables internamente, pero introducían nuevos retos para China en forma de relaciones con Europa y Estados Unidos. Estas dinámicas tierra-mar han planteado históricamente a China contradicciones únicas y, en la actualidad, siguen siendo una cuestión estratégica fundamental.

En contraste, los países europeos se beneficiaron más del comercio directo con China y alcanzaron una posición dominante en el nuevo orden mundial. En el siglo XVI, debido a la creciente decadencia de la Iglesia Católica Romana, en Europa surgió un nacionalismo étnico que culminó con la Reforma de Martín Lutero en Alemania. Posteriormente, Europa entró en una era de construcción del Estado-nación conocida como período moderno temprano, caracterizado por la ruptura con la autoridad de la Iglesia Católica Romana y el establecimiento de la soberanía de las monarquías seculares, que superaron algunas de las jerarquías y divisiones creadas por los señores feudales e igualaron a todos los súbditos bajo la ley del rey. El primer país en conseguirlo fue Inglaterra, donde Enrique VIII abolió en 1533 la obligación de la Iglesia de Inglaterra de pagar tributo anual al Papado y promulgó al año siguiente el Acta de Supremacía, estableciendo al rey como jefe supremo de la Iglesia inglesa, que pasó a ser la religión del Estado. Por ello, Inglaterra es reconocida como la primera nación moderna, mientras que los cambios constitucionales fueron secundarios.

La Iglesia católica romana, enfrentada a una crisis de gobierno, buscó abrir nuevas vías pastorales y comenzó a predicar fuera de Europa a través de los viajes de “descubrimiento”. El cristianismo se convirtió poco a poco en una religión mundial, uno de los acontecimientos más importantes de los últimos cinco siglos, con los misioneros abriéndose camino hasta China, después de muchas idas y venidas, a finales del siglo XVI.

Los misioneros cristianos se habían preparado para difundir su mensaje de verdad a los chinos, de quienes esperaban que fuesen “bárbaros”. Sin embargo, para su sorpresa, descubrieron que China era una poderosa civilización con un sofisticado sistema de gobierno y tradiciones religiosas. Aunque no creían en los dioses personales de los misioneros, los chinos tenían un sistema de principios morales, una economía muy desarrollada y un orden establecido. Esto inspiró a algunos misioneros a desarrollar un serio aprecio por China, incluyendo la traducción de clásicos chinos y el envío de los textos a Europa, donde tendrían un notable impacto en la Ilustración de París[5].

Durante la Ilustración, los filósofos occidentales desarrollaron ideas humanistas y racionalistas, como que el ser humano es el sujeto y que no existe un “creador”; que el ser humano debe buscar su propia felicidad en lugar de intentar ascender al reino de Dios; que el ser humano puede tener creencias y relaciones morales sólidas sin depender de la religión; que el Estado puede establecer el orden sin depender de la religión; que el gobierno directo del rey sobre todos los súbditos es el mejor sistema político, y otras ideas similares. Es importante señalar, sin embargo, que estos ideales de la Ilustración, que se afirma, han constituido la base de la modernidad occidental, eran de dominio público en China desde hacía miles de años. Como tal, el flujo de ideas y enseñanzas chinas a Occidente a través de los misioneros cristianos puede considerarse una influencia importante, si no la única, en el desarrollo de la modernización occidental. Por supuesto, los países occidentales han sido los principales impulsores de la modernización mundial en los dos últimos siglos, pero la modernidad que propugna lleva mucho tiempo arraigada en otras culturas, incluida China. Es necesario reconocer y afirmar este hecho para comprender la evolución del mundo actual.

En resumen, durante la primera etapa de la historia mundial, que abarcó más de 300 años, desde principios-mediados del siglo XV hasta mediados-finales del siglo XVIII, comenzó a formarse un sistema mundial integrado, en el que tanto China como Occidente se adaptaban, cambiaban y se beneficiaban de sus interacciones. Desde la perspectiva china, este orden mundial era en gran medida justo.

Etapa II: Vuelco entre China y Occidente

A mediados y finales del siglo XVIII, los países occidentales aprovecharon sus altos niveles de industrialización para asegurar una superioridad militar decisiva, de la que abusaron para conquistar y colonizar casi todo el Sur Global. Esto acercó al mundo más que nunca, pero en una unión injusta y, por tanto, insostenible.

Entre los países occidentales, Inglaterra fue el primero en alcanzar una fase avanzada de industrialización, lo que obedecía a una razón especial: la colonización. El imperio británico se apropió de inmensas cantidades de riqueza de sus colonias, que también sirvieron como mercados cautivos para las manufacturas británicas. Esta riqueza y la demanda del mercado, junto con la población relativamente pequeña de Inglaterra, impulsaron el desarrollo científico y tecnológico y, en última instancia, la industrialización basada en la extracción de combustibles fósiles (concretamente, carbón) y la producción de acero y maquinaria. Durante los siglos XVIII y XIX, Inglaterra se convertiría en el país más rico y poderoso del mundo, y su riqueza se extendería a Europa occidental y a sus asentamientos coloniales, como Estados Unidos y Australia. Las prósperas potencias europeas conquistaron y colonizaron violentamente el mundo exterior mediante la fuerza militar, incluyendo la mayor parte de África, Asia y América, hasta llegar a las puertas de China a principios y mediados del siglo XIX. En los siglos anteriores de comercio pacífico con China, las potencias occidentales acumularon un gran déficit comercial, que ahora intentaban equilibrar mediante el comercio del opio. Sin embargo, debido a las graves consecuencias sociales de este tráfico de drogas, China prohibió la importación de opio en 1800; en respuesta, las potencias occidentales lanzaron dos guerras contra China -la Primera Guerra del Opio (1839-1842) y la Segunda Guerra del Opio (1856-1860)- para abrir violentamente los mercados del país. Tras la derrota de China, varios países occidentales, entre ellos Inglaterra, Francia, Alemania y Estados Unidos, obligaron a China a firmar tratados desiguales que otorgaban a estas naciones concesiones comerciales y territorios, como fue el caso de Hong Kong. Como resultado, el sistema Tianxia comenzó a desmoronarse y China entró en un periodo conocido como el “siglo de la humillación” (百年国耻, bǎinián guóchǐ).

El retroceso de China tuvo su origen en el prolongado desequilibrio entre su economía orientada al mar y su sistema político-militar continental. En primer lugar, el mercado chino dependía en gran medida del comercio exterior, pero el gobierno Qing no desarrolló una política monetaria soberana, por lo que el flujo comercial estaba constantemente controlado por potencias extranjeras. La plata procedente del extranjero se convirtió en la moneda de facto de China y, ante la incapacidad del gobierno para ejercer una supervisión eficaz, el país perdió soberanía monetaria y se volvió vulnerable a las fluctuaciones de los suministros de plata, desestabilizando la economía. En segundo lugar, los recursos naturales de China se sobreexplotaron para producir grandes cantidades de productos de exportación. Como consecuencia, el medioambiente del país sufrió graves daños. El crecimiento endógeno de China, restringido por las limitaciones del mercado y de los recursos, llegó a un punto de estrangulamiento, ya que la productividad se estancó, el empleo disminuyó y los excedentes de población se vieron desplazados, lo que provocó una serie de importantes rebeliones a principios y mediados del siglo XIX. Fue en este contexto que Occidente se presentó a las puertas de China.

Bajo la presión tanto de los problemas internos como de las agresiones externas, China emprendió el camino de “aprender del mundo exterior para defenderse de la intervención extranjera” (师夷长技以制夷, shī yí zhǎng jì yǐ zhì yí), tema fundamental de la historia china del último siglo aproximadamente. Esta formulación, a pesar de haber sido ridiculizada por muchos desde la década de 1980 tras el inicio de las reformas económicas chinas, personifica la estrategia del país. Por un lado, China ha estudiado de cerca los principales motores del poder occidental, como la producción industrial, el desarrollo tecnológico, la organización económica y la capacidad militar, así como los métodos de movilización social basados en el Estado-nación. Por otro lado, China ha tratado de aprender de otros países con el fin de avanzar en su desarrollo, asegurar su independencia y construir sobre su propio patrimonio.

Sin embargo, hasta mediados del siglo XX, esta vía no produjo cambios significativos para China, debido fundamentalmente a su inadecuada capacidad estatal, más deteriorada aún tras la caída de la dinastía Qing en 1911. De hecho, varias iniciativas emprendidas a finales del periodo Qing para fortalecer el Estado, generaron a su vez nuevos problemas; por ejemplo, el “Nuevo Ejército” (新军, xīnjūn) que se creó a finales del siglo XIX en un esfuerzo por modernizar el ejército chino, se convertiría en una fuerza secesionista. Mientras tanto, las teorías de desarrollo defendidas por funcionarios letrados en este periodo, como el concepto de “salvación nacional a través de la industria” (实业救国, shíyè jiùguó), eran imposibles de aplicar debido a la incapacidad del Estado para proporcionar apoyo institucional. Por ello, el comercio siguió siendo el sector económico de mayor crecimiento en China, lo que, a pesar de reportar beneficios económicos a corto plazo, supuso una mayor subordinación de China a Occidente.

Sin embargo, al iniciarse la Segunda Guerra Mundial, precedida por la Guerra de Resistencia de China contra la Agresión Japonesa (1937-1945), la posición internacional del país comenzó a mejorar, mientras que Occidente experimentaba un relativo declive. La Segunda Guerra Mundial y las luchas anticoloniales por la liberación nacional asestaron un duro golpe al viejo orden imperialista. Las potencias occidentales se vieron obligadas a retirarse, iniciando un proceso de declive al no poder seguir extrayendo los dividendos coloniales. Países de Asia, África y América Latina, incluida China, consiguieron su independencia. Mientras tanto, la Unión Soviética, que se extendía por toda Eurasia, surgió como un importante rival de Occidente. En medio de estas convulsiones mundiales, el poder de China en la escena internacional aumentó espectacularmente y se convirtió en una fuerza importante.

En este contexto global, China inició su camino hacia el rejuvenecimiento nacional, con dos prioridades principales. La primera prioridad era política; emulando a la Unión Soviética, los partidos nacionalista y comunista de China establecieron un Estado fuerte, que había sido la piedra angular del desarrollo económico occidental, mientras que la falta de organización estatal y de capacidad de movilización fue la mayor debilidad de la dinastía Qing frente a las potencias occidentales. La segunda prioridad fue la industrialización, que avanzó escalonadamente en tres frases.

La primera etapa de la industrialización tuvo lugar tras la Revolución China de 1949 y fue posible gracias a la ayuda de la Unión Soviética, que exportó a China un sistema industrial básico completo. Aunque este sistema tenía serias limitaciones, que llegaron a su punto álgido en las décadas de 1970 y 1980, permitió a China desarrollar una comprensión global de la naturaleza sistemática de la industria, especialmente de la estructura subyacente de la industrialización, es decir, la industria pesada.

El segundo avance en la industrialización se produjo después de que China estableciera relaciones diplomáticas con Estados Unidos en la década de 1970 y comenzara a importar tecnologías de ese país y de países europeos. Durante esta fase, China se centró en el desarrollo de su costa sureste, región que contaba con una larga historia de comercio e industria rural. Con el apoyo de la maquinaria y los conocimientos adquiridos durante la primera fase de industrialización, el sector de bienes de consumo de las zonas costeras del sureste pudo desarrollarse rápidamente a nivel municipal, el nivel de gobierno que disponía de mayor flexibilidad. Al absorber una gran cantidad de trabajadores, el sistema industrial intensivo en mano de obra mejoró significativamente los medios de vida de la población.

El tercer gran avance de la industrialización, que comenzó a principios de siglo, estuvo dirigido por el énfasis tradicional en un Estado fuerte y el deseo de continuar la revolución, y vio cómo el gobierno dedicaba su capacidad a construir infraestructuras y dirigir el desarrollo industrial. Como resultado, China experimentó un crecimiento continuo de la producción industrial y siguió ascendiendo a lo largo de la cadena industrial, creando el sector manufacturero más amplio y completo del mundo. De este modo, el panorama económico mundial cambió drásticamente.

Actualmente, China se encuentra en medio de su cuarto gran avance en materia de industrialización, centrado en la aplicación de las tecnologías de la información a la industria. En el periodo actual, Estados Unidos teme verse superado por China, lo que ha provocado un cambio fundamental en las relaciones bilaterales y ha dado paso a una era de cambio global.

En resumen, en el centro de la segunda etapa de la historia mundial se encuentra la dinámica cambiante entre China y Occidente: Durante más de 100 años, desde principios del siglo XIX, las potencias occidentales estuvieron en ascenso mientras China experimentaba un declive. Desde la Segunda Guerra Mundial, sin embargo, las tendencias se han invertido, con China en ascenso y Occidente en declive. Ahora parece acercarse el punto crítico de esta relación, en el que ambas partes alcanzarán posiciones equivalentes, agotando los límites del viejo orden mundial.

Etapa III: La caída del orden liderado por Estados Unidos

Tras el avance de China, el antiguo orden mundial dominado por Occidente se ha visto desbordado. Sin embargo, el verdadero detonante de su colapso es la inestabilidad que deriva del hecho que Estados Unidos ha sido incapaz de asegurar el dominio mundial unipolar que perseguía tras el final de la Guerra Fría.

Históricamente, el imperio romano no pudo llegar a la India, y mucho menos aventurarse más allá de los Pamires; en la otra dirección, las dinastías Han y Tang difícilmente habrían podido mantener su poder aunque hubieran logrado cruzar este macizo. El equilibrio estructural del mundo consiste en que las naciones se mantengan equilibradas, en lugar de estar gobernadas por un único centro.

Ni siquiera los enormes avances tecnológicos en el transporte y la guerra han podido cambiar esta ley de hierro. Antes de la Segunda Guerra Mundial, las potencias occidentales penetraron casi todos los rincones del mundo; a pesar de sus intereses contrapuestos y de la fuerza necesaria para mantener sus colonias, este sistema de gobierno era, en cierto modo, más estable que el orden actual al distribuir el poder más ampliamente entre los diversos países. Entretanto, en la posguerra, la Unión Soviética y Occidente formaron bloques opuestos en la Guerra Fría, cada uno con su propio ámbito de influencia y equilibrados, en cierta medida, por el otro.

En cambio, tras el final de la Guerra Fría, Estados Unidos se convirtió en la única superpotencia, dominando el mundo entero. Estados Unidos, como país occidental de más reciente creación, el último “Nuevo Mundo” en ser “descubierto” por los europeos, y la más poblada de estas potencias, estaba destinado a ser el capítulo final de los esfuerzos de Occidente por dominar el mundo. Estados Unidos anunció con confianza que su victoria sobre la Unión Soviética constituía “el fin de la historia”. Sin embargo, la ambición no puede eludir el duro imperativo de la realidad. Bajo el dominio exclusivo de Estados Unidos, el orden mundial se volvió inmediatamente inestable y fragmentado; la llamada Pax Americana (o paz estadounidense) duró demasiado poco como para quedar escrita en las páginas de la historia. Tras la breve euforia del “fin de la historia” bajo las administraciones de Clinton y Bush, la era Obama vio cómo Estados Unidos iniciaba una “contracción estratégica”, buscando aliviar una tras otra sus cargas de dominio mundial.

Además de los costos externos, la fugaz búsqueda de la hegemonía mundial por parte de Washington también provocó tensiones internas. Aunque Estados Unidos cosechó muchos dividendos de su dominio imperial al desarrollar un sistema financiero en el que el capital podía asignarse globalmente, esto tuvo su precio; como dice un refrán chino, “una bendición puede ser una desgracia disfrazada” (福兮祸所依, fú xī huò suǒ yī). El auge del sector financiero estadounidense, junto con la volátil especulación que se alimenta de él, ha provocado la desindustrialización del país, y los medios de subsistencia de las clases media y trabajadora se han llevado la peor parte. Debido a las medidas de autoprotección de países emergentes como China, fue imposible que este sistema financiero extrajera suficientes ganancias externas para cubrir las pérdidas internas sufridas por las clases populares a causa de la desindustrialización. En consecuencia, Estados Unidos ha desarrollado niveles extremos de desigualdad de ingresos y se ha polarizado fuertemente, con una división y un antagonismo crecientes entre las diferentes clases y grupos sociales.

El origen de la crisis estadounidense está en la desindustrialización. Las superpotencias occidentales fueron capaces de tiranizar el mundo durante el siglo XIX, incluido el acoso a China, fundamentalmente por su superioridad industrial, que les permitía construir buques y cañones más potentes; la desindustrialización hace que el suministro de esos “buques y cañones” sea insuficiente. Incluso el sistema militar-industrial estadounidense se ha vuelto fragmentario y excesivamente costoso a causa de la decadencia de las industrias de apoyo. La élite estadounidense es consciente de la gravedad de este problema, pero las sucesivas administraciones han tenido dificultades para abordar la cuestión. Obama hizo un llamamiento a la reindustrialización, pero no logró ningún avance debido al profundo estancamiento entre republicanos y demócratas, una dinámica que inhibe la acción gubernamental eficaz, que Francis Fukuyama denominó la “vetocracia”. Trump siguió con el oportuno eslogan “Make America Great Again”, con la promesa de convertir a EE.UU. en la potencia industrial más fuerte del mundo una vez más. Ésta intención también puede verse en el impulso de la actual administración de Biden con la promulgación de la Ley CHIPS y la Ley de Ciencia y otras iniciativas destinadas a impulsar el desarrollo industrial nacional. Aún así, mientras el capital financiero estadounidense continúe aprovechándose del sistema mundial para obtener elevados beneficios en el extranjero, es imposible que regrese a la industria y las infraestructuras nacionales. Estados Unidos tendría que acabar con el poder de los magnates financieros para reactivar su industria, pero ¿cómo podría ser esto posible?

En contraste con la desindustrialización de Estados Unidos, China progresa firmemente en su cuarto avance de la industrialización y asciende a la cima de la manufactura mundial, apoyándose en los sólidos cimientos de una cadena industrial completa. Para la élite estadounidense, temerosa de verse superada en términos de “potencia dura”, China es un “competidor”, y la naturaleza de las relaciones entre ambos países ha cambiado radicalmente.

Durante mucho tiempo, la élite estadounidense se ha referido a su país como “la ciudad sobre una colina”, una noción cristiana por la que se entiende que Estados Unidos tiene un estatus excepcional en el mundo y es un “faro” a seguir por otras naciones. Esta arraigada creencia de superioridad implica que Washington no pueda aceptar el ascenso de otras naciones o civilizaciones, como China, que ha seguido su propio camino durante miles de años. El ascenso económico de China y, en consecuencia, su creciente influencia en la remodelación del orden mundial liderado por Estados Unidos no es más que la vuelta del mundo a un estado más equilibrado; sin embargo, esto es sacrílego para Washington, comparable al rechazo de la conversión religiosa de los misioneros. Está claro que la élite estadounidense ha agotado su buena voluntad hacia China, está unida en la búsqueda de una estrategia hostil contra ella y utilizará todos los medios para perturbar el desarrollo y la influencia de China en la escena mundial. A su vez, la agresividad de Washington ha reforzado la determinación de China de salir de los confines del sistema mundial liderado por Estados Unidos. La Pax Americana sólo permitirá a China desarrollarse de forma subordinada al dominio de Estados Unidos, por lo que China no tiene más remedio que emprender un nuevo camino y trabajar para establecer un nuevo orden internacional. Esta lucha entre Estados Unidos y China dominará sin duda los titulares mundiales en un futuro próximo.

Sin embargo, hay varios factores que disminuyen la probabilidad de que la lucha se desarrolle de manera catastrófica. En primer lugar, ambos países están separados geográficamente por el océano Pacífico; y, en segundo lugar, aunque Estados Unidos es una nación marítima adepta al equilibrio en alta mar, es mucho menos capaz de lanzar incursiones terrestres, especialmente contra un país como China que constituye una potencia compuesta tierra-mar con una enorme capacidad estratégica. En consecuencia, los esfuerzos estadounidenses por lanzar una guerra a gran escala contra China serían inviables; incluso si Washington instigara una guerra naval en el Pacífico Occidental, las probabilidades no estarían a su favor. Además de estas dos consideraciones, Estados Unidos es, en esencia, una “república comercial” (la definición inicial que dio del país uno de sus Padres Fundadores, Alexander Hamilton), lo que significa que sus acciones se basan fundamentalmente en cálculos de costo-beneficio; China, por el contrario, tiene mucha experiencia en enfrentarse a fuerzas externas agresivas[6]. En conjunto, estos factores prácticamente garantizan que pueda evitarse por completo una guerra frontal entre ambos países.

Desde este punto de vista, las posiciones cambiantes de China y Estados Unidos difieren en gran medida de dinámicas similares del pasado, como la evolución de la hegemonía en el continente europeo en los últimos siglos. En este último contexto, los estrechos confines de Europa no dan cabida a múltiples grandes potencias, mientras que el vasto Océano Pacífico sí puede hacerlo. Esta situación constituye el fondo de la relación entre ambos países. Por lo tanto, aunque China y Estados Unidos competirán en todos los frentes, mientras China siga aumentando su poderío económico y militar y demuestre claramente su voluntad de utilizar ese poder, Estados Unidos se retirará del mismo modo racional en que lo hizo su antiguo soberano, Gran Bretaña. Una vez que Estados Unidos se retire de Asia Oriental y del Pacífico Occidental, un nuevo orden mundial comenzará a tomar forma.

En los últimos años, los esfuerzos de China en este sentido han dado sus frutos, haciendo que algunos dentro de Estados Unidos reconozcan el poder y la determinación de China, y ajusten su estrategia en consecuencia, presionando a los países aliados para que asuman mayores costos con el fin de sostener el orden liderado por Occidente. A pesar de las posturas de los países occidentales, en realidad no existe tal “alianza de democracias”; Estados Unidos siempre ha basado su sistema de alianzas en intereses comunes, de los cuales el más importante es trabajar juntos, no para promover ningún ideal elevado, sino para desangrar a otros países. Una vez que estos países ya no puedan asegurarse beneficios externos juntos, tendrán que competir entre sí y su sistema de alianzas se romperá rápidamente. En tal situación, los países occidentales volverían a un estado similar al del periodo anterior a la Segunda Guerra Mundial; luchando entre sí por la supervivencia en lugar de por repartirse el mundo en colonias. Esta batalla de naciones, si bien no necesariamente a través de una lucha ardiente, podría hacer que los países occidentales retrocedan a su estado moderno primitivo.

La voluntad de Estados Unidos de hacer cualquier cosa en su afán de lucro ha provocado el rápido desmoronamiento de su sistema de valores. Desde que el ex presidente Woodrow Wilson llevó al país a su posición de líder del sistema mundial, los valores han sido el núcleo del atractivo estadounidense. En aquel momento, Wilson tenía influencia entre muchos intelectuales chinos, aunque pronto llegó la desilusión; mientras tanto, hoy en día, el mito del “sueño americano” y los valores universales de Estados Unidos siguen siendo carismáticos para una parte considerable de las élites chinas, sin embargo, la experiencia de la presidencia de Trump ha arrancado la máscara de estos supuestos valores. Estados Unidos ha vuelto abiertamente a la vulgaridad y brutalidad de la conquista colonial y la expansión hacia el oeste.

A esto se suma que la actual generación de élites occidentales padece un déficit en su capacidad de pensamiento estratégico. Muchos de los principales estrategas y tácticos de la Guerra Fría ya han muerto, y en medio de la arrogancia y el dominio de la era del “fin de la historia” durante dos décadas, Estados Unidos y los países europeos no produjeron realmente una nueva generación de figuras intelectuales agudas. En consecuencia, ante sus dilemas actuales, lo mejor que puede ofrecer esta generación de élites no es más que reutilizar viejas soluciones y volver a la brutalidad del periodo colonial.

Este tipo de bajeza puede resultar chocante para algunos, pero tiene profundas raíces en la historia de Estados Unidos: el genocidio de los colonos puritanos contra los pueblos indígenas para construir su llamada “ciudad sobre una colina”; que muchos de sus padres fundadores fueran propietarios de esclavos, que consagraron la esclavitud en la Constitución; los Federalist Papers, que diseñaron un complejo sistema de separación de poderes para garantizar la libertad, pero debatieron fríamente sobre la guerra y el comercio entre países; y la obsesión del país con el derecho a portar armas, dando a cada persona el derecho a matar en nombre de la libertad. Así, podemos ver que Trump no trajo la vulgaridad a Estados Unidos, sino que solamente reveló la tradición oculta de la “república comercial” (cabe señalar que, en la tradición occidental, los comerciantes también solían ser saqueadores y piratas).

En la actualidad, Estados Unidos prácticamente ha completado esta transformación de su identidad: de una república de valores a una república de comercio. Esta versión del país no posee la voluntad unida de retomar su posición de líder del orden mundial, como demuestra la fuerte y continua influencia de la retórica de “América primero”. El creciente apoyo entre ciertos sectores de la población estadounidense a semejante bajeza política, animará a más políticos a seguir este ejemplo.

El orden mundial sigue estando liderado por una serie de Estados poderosos, pero se encuentra en medio de una gran inestabilidad, ya que los esfuerzos por fortalecer la Unión Europea han fracasado. Es probable que Rusia siga decayendo, China está creciendo, Japón y Corea del Sur carecen de autonomía real, y Estados Unidos, debido a las presiones financieras, se está desprendiendo rápidamente de sus responsabilidades de apoyo a la red de instituciones y alianzas multilaterales mundiales de posguerra: En su lugar, trata de construir sistemas bilaterales para maximizar sus intereses específicos. En pocas palabras, el orden mundial se está desmoronando; en la actualidad, las cuestiones relevantes están relacionadas con la rapidez con la que se producirá este desmoronamiento, cómo debería ser un nuevo orden alternativo, y si este nuevo orden puede surgir y entrar en vigor a tiempo para evitar una grave inestabilidad mundial generalizada.

El rol de China en la remodelación del orden mundial

Un nuevo orden internacional ha surgido en medio de la desintegración del antiguo sistema. La principal fuerza generadora de esta dinámica es China, que ya es la segunda economía del mundo y constituye una civilización distinta de Occidente.

China es uno de los países más grandes del mundo y su larga historia la ha enriquecido con experiencias relevantes para la gobernanza mundial. Con su inmenso tamaño y diversidad, China contiene un orden mundial en sí misma y ha desempeñado históricamente un papel protagonista en el establecimiento de un sistema Tianxia que se extendía por tierra y mar, desde Asia Central hasta los mares del Sur. Junto a su rica historia, China también se ha transformado en un país moderno en el último siglo, habiendo aprendido de las experiencias occidentales y de su propia tradición de modernidad. Compartiendo la sabiduría de su historia antigua y las lecciones de su desarrollo moderno, China puede desempeñar un papel constructivo en los esfuerzos globales por resolver los desequilibrios del orden mundial y construir un nuevo sistema en tres aspectos principales.

1. El restablecimiento de un desarrollo mundial equilibrado. El orden clásico de la “isla mundial” (世界岛, shì jiè daǒ, que corresponde aproximadamente a Eurasia) se inclinaba hacia las naciones continentales, mientras que el orden mundial moderno ha estado dominado en gran medida por las potencias marítimas occidentales. Como resultado, la isla mundial se fracturó, y el antiguo centro de la civilización se convirtió en un lugar de caos y guerras interminables. La Pax Americana fue incapaz de establecer una forma estable de gobierno sobre la isla mundial, ya que Estados Unidos estaba separado de esta región por el mar y era incapaz de entablar relaciones constructivas con países no occidentales. Por lo tanto, Estados Unidos sólo fue capaz de mantener un orden marítimo, en lugar de un orden mundial. Se basó en brutales intervenciones militares en el centro de la isla mundial, retirándose apresuradamente tras causar estragos y dejando la región en un perpetuo estado de ruptura.

Por el contrario, el planteamiento de China para la construcción de un nuevo orden internacional es el de “escuchar a ambas partes y elegir el camino del medio” (执两用中, zhí liǎng yòng zhōng). Históricamente, China ha equilibrado con éxito la tierra y el mar; durante las dinastías Han y Tang, por ejemplo, China acumuló experiencia en la interacción con civilizaciones terrestres, mientras que, desde las dinastías Song y Ming, China ha estado profundamente involucrada en el sistema de comercio marítimo. Basándose en esta experiencia histórica, China ha propuesto la Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI, por su nombre en inglés), cuyo aspecto más importante es la incorporación del mundo insular y los océanos, dando cabida tanto al orden antiguo como al moderno. La BRI ofrece una propuesta para desarrollar un sistema mundial integrado y equilibrado, en el que el “Cinturón” pretende restablecer el orden en la isla mundial, mientras que la “Ruta” se orienta hacia el orden en los mares. Junto a esta iniciativa, China ha creado las instituciones correspondientes, como la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS).

2. Superando el capitalismo y promoviendo un desarrollo centrado en las personas. El capitalismo es el sistema sobre el que se ha construido el poder y la prosperidad de Occidente, enraizado en el legado europeo de la dualidad mercader-mafioso y la conquista colonial, impulsado por la búsqueda de beneficios monetarios, la gestión del capital con un sistema financiero monstruosamente desarrollado y basado en el comercio. Bajo el capitalismo, las potencias occidentales han considerado a los países del Sur Global como “otros”, tratándolos como cotos de caza de recursos o mercados baratos. Aunque las potencias occidentales han sido capaces de ocupar y extender el capitalismo a gran parte del mundo, no han sido capaces de cultivar ampliamente la prosperidad, tendiendo con demasiada frecuencia al oportunismo malintencionado; para los países que no se benefician del colonialismo, sino que sufren su brutal opresión, el sistema es inviable. En consecuencia, desde que las potencias occidentales se hicieron cargo del mundo en el siglo XIX, la inmensa mayoría de los países no occidentales han sido incapaces de alcanzar el desarrollo industrial o moderno, un historial que desmiente la pretendida universalidad del capitalismo.

Los antiguos sabios chinos abogaban por un modelo socioeconómico que el Dr. Sun Yat-sen, uno de los líderes de la revolución de 1911 para derrocar a la dinastía Qing y primer presidente de la República de China, denominó “Principios del sustento del pueblo” (民生主义, mínshēng zhǔyì), que puede reformularse como “la filosofía del beneficio del pueblo” (厚生主义, Hòushēng zhǔyì). Esta filosofía, que valora la producción, utilización y distribución de materiales para que la gente viva mejor y de manera sostenible, se remonta a hace más de 2.000 años, apareciendo ya en el Libro de los Documentos (尚书, shàngshū), un antiguo texto confuciano. Guiada por esta filosofía, en la antigua China se adoptó la política de “promover lo fundamental y suprimir lo accesorio” (崇本抑末, chóngběn yìmò) para orientar las actividades comerciales y financieras hacia la producción y el sustento de las personas. En la actualidad, China ha rejuvenecido este modelo y ha empezado a compartirlo con otros países a través de la BRI, que ha adoptado el enfoque de enseñar a otros “cómo pescar”, haciendo énfasis en la mejora de las infraestructuras y el avance de la industrialización.

China, que ahora es la fábrica del mundo y continúa mejorando sus industrias, también está impulsando una reconfiguración de la división internacional del trabajo: aguas arriba, aceptando componentes producidos por la fabricación de vanguardia en los países occidentales; aguas abajo, transfiriendo capacidad productiva y manufacturera hacia países subdesarrollados, particularmente a África. Como el mercado de consumo más grande del mundo, China debe acceder a la energía de diferentes partes del mundo de manera justa y equitativa, y promover políticas globales que enfaticen la producción (“lo fundamental”) y minimicen la especulación financiera (“lo accesorio”).

3. Hacia un mundo de unidad y diversidad. En general, cuando las potencias europeas establecieron el actual orden mundial, persiguieron la “homogeneización”, inclinándose a utilizar la violencia para imponer su sistema a otros países y consiguiendo inevitablemente crear enemigos. Estados Unidos, influenciado por el puritanismo cristiano, tiende a creer en la uniformidad de los valores, imponiendo sus pretendidos “valores universales” al mundo y denunciando a cualquier nación que difiera de sus concepciones como “malvada” y enemiga. Durante el periodo del “fin de la historia”, esta tendencia se ejemplificó con la llamada Guerra contra el Terror, que lanzó invasiones y misiles por todo el Medio Oriente. A pesar de esta preocupación por la homogeneización, el orden liderado por Estados Unidos se está deshaciendo a causa de una polarización rampante, rota por la intensificación de las divisiones culturales y políticas.

China, en cambio, narra una historia diferente. Durante milenios, basándose en el principio de “múltiples dioses unidos en un cielo” o “una cultura y múltiples deísmos”, diversos grupos religiosos y étnicos se han integrado en China mediante el culto al cielo o a la cultura, desarrollando así la nación y el sistema Tianxia de unidad y diversidad. El orden o la armonía universales no pueden alcanzarse mediante la conquista violenta ni mediante la predicación e imposición de valores para convertir al “otro” en el “yo”, sino reconociendo la autonomía del “otro”; como se dice en Las Analectas de Confucio (论语-季氏, lúnyǔ-jìshì), “… hay que cultivar todas las influencias de la cultura civil y de la virtud para atraerlos a serlo; y cuando hayan sido así atraídos, hay que hacer que estén contentos y tranquilos” (修文德以来之,既来之,则安之, xiūwén dé yǐlái zhī, jì lái zhī, zé ānzhī). En gran medida, China sigue este camino de armonía en la diversidad en sus relaciones internacionales.

China debería concebir la construcción de un nuevo orden internacional a través del prisma de la revitalización del orden Tianxia, y su enfoque debería guiarse por la vía de los sabios de “armonizar todas las naciones” (协和万邦, xiéhé wànbāng) para pacificar el Tianxia. El proceso de construcción de un nuevo orden internacional, o de un orden Tianxia revitalizado, debería atenerse a las siguientes consideraciones:

  1. El orden Tianxia no se construirá de golpe, se hará progresivamente. Se puede utilizar un modismo chino para describir el proceso dirigido por China de formación de un nuevo sistema global: “Aunque Zhou era un país antiguo, el nombramiento (favorable) recayó sobre él recientemente” (周虽旧邦,其命维新, zhōu suī jiù bāng, qí mìng wéixīn). Zhou era un antiguo reino que se regía por la edificación moral; su influencia se expandió gradualmente, primero a los estados vecinos y luego más allá, hasta que dos tercios de los Tianxia le rindieron pleitesía y la dinastía Yin existente (c. 1600-1045 a. C.) fue sustituida por la dinastía Zhou (c. 1045-256 a. C.). Al abordar la construcción de un nuevo orden internacional y revitalizar el concepto de Tianxia, China debería seguir este enfoque progresivo para evitar una colisión con el sistema hegemónico existente. El concepto de Tianxia se refiere a un proceso histórico sin fin.
  2. La virtud y el decoro son la primera prioridad en el mantenimiento del incipiente sistema Tianxia. Un sistema Tianxia pretende “armonizar a todas las naciones”, no establecer alianzas cerradas ni exigir homogeneidad. China debe promover la moralidad, la decencia y la prosperidad económica compartida en las relaciones entre naciones y el derecho internacional. Lo que distingue a este planteamiento del actual sistema de derecho internacional es que, además de aclarar los derechos y obligaciones de cada parte, también hace hincapié en la construcción del afecto mutuo y la compenetración entre las naciones.
  3. Un orden Tianxia no tratará de monopolizar el mundo entero. El mundo es demasiado grande para ser efectivamente gobernado por un solo país. Los sabios lo comprendieron y por eso su orden Tianxia nunca intentó expandirse por todo el mundo conocido en su momento, como tampoco lo hicieron las generaciones posteriores; por ejemplo, Zheng He se topó con muchas naciones durante sus viajes a los mares occidentales, pero la dinastía Ming no las colonizó ni las conquistó, ni las incluyó a todas en el sistema tributario, sino que les permitió tomar sus propias decisiones. En la actualidad, China no pretende imponer ningún sistema a otros países; con esa moderación se puede evitar la lucha por la hegemonía.
  4. Un nuevo orden internacional estará formado por varios sistemas regionales. En lugar de un sistema mundial gobernado por un país dominante o un pequeño grupo de potencias, es probable que un nuevo orden mundial esté formado por varios sistemas regionales. En todo el mundo, países con geografías, culturas, sistemas de creencias e intereses en común han comenzado ya a formar sus propias organizaciones regionales, como en África, Asia, América Latina, Oriente Medio y los Estados atlánticos; China debería centrarse en el Pacífico Occidental y Eurasia.

El concepto de sistemas regionales comparte algunas similitudes con la división de civilizaciones de Samuel Huntington, pero, lo que es más importante, no implica necesariamente ningún choque entre ellos. Como gran país y potencia marítimo-terrestre, China probablemente se solapará con múltiples sistemas regionales, incluidos los marítimos y los terrestres. China, que significa literalmente “el país del medio”, debería servir de armonizador entre los distintos sistemas regionales y actuar para mitigar los conflictos y enfrentamientos. De este modo, puede surgir un nuevo orden internacional de unidad y diversidad.

Una nueva arquitectura de gobernanza mundial se irá construyendo gradualmente, en capas anidadas unas sobre otras de dentro a fuera. Para ello, los esfuerzos de China deben comenzar en la capa más interna a la que pertenece, Asia Oriental. Tradicionalmente, China, la península coreana, Vietnam, Japón y otros países de esta región formaban una esfera cultural confuciana; sin embargo, tras la Segunda Guerra Mundial, a pesar de que estas naciones se modernizaron con éxito, las relaciones entre ellas se han deteriorado debido a las presiones de potencias extranjeras, como Estados Unidos y la Unión Soviética. Los esfuerzos de China por reorganizar el orden mundial deben partir de aquí, revitalizando este patrimonio compartido, desarrollando políticas regionales coordinadas basadas en los “Principios del sustento popular” y demostrando al mundo mejores niveles de prosperidad y de civismo. A medida que crezcan los logros y la fuerza de tales esfuerzos regionales, el poder de Estados Unidos y su orden mundial se desvanecerán inevitablemente, y el proceso de transformación global se acelerará con rapidez.

La siguiente capa anidada, o capa intermedia, en la que China debería centrarse tras la capa interna de Asia Oriental es el corazón de la isla del mundo, Eurasia. En el centro de estos esfuerzos regionales se encuentra la OCS, en la que China, Rusia, India y Pakistán ya son Estados miembros, Irán y Afganistán son Estados observadores, y Turquía y Alemania pueden ser invitados. Debido a su declive económico y al debilitamiento de su influencia mundial, es probable que Rusia centre más su atención en las regiones vecinas, concretamente en Asia Central, y participe más activamente en la OCS, entre otras cosas, colaborando en los esfuerzos por promover relaciones armoniosas y desarrollo en la región minimizando los conflictos. La estabilidad de Eurasia es clave, no sólo para la seguridad y prosperidad de China, en particular de sus regiones occidentales, sino para la paz mundial en general.

Por último, la capa más externa para China es la institucionalizada BRI, que conecta naciones y regiones de todo el mundo. Propuesta por el presidente Xi Jinping en 2013, hasta la fecha China ha firmado más de 200 acuerdos de cooperación BRI con 149 países y 32 organizaciones internacionales.

Conclusiones

La evolución y la futura dirección del orden mundial no pueden entenderse sin examinar la cambiante relación entre China y Occidente en los últimos cinco siglos. A principios de la era moderna, las potencias occidentales se inspiraron en China en su búsqueda de la modernización; en el último siglo, China ha aprendido de Occidente. El resurgimiento de China ha sacudido los cimientos del antiguo orden mundial dominado por Occidente y es una fuerza motriz en la formación de un nuevo sistema internacional. En medio de los trascendentales cambios en el panorama mundial, es necesario reconocer los puntos fuertes y los límites de la modernidad, las ideologías y las instituciones occidentales, al tiempo que se aprecia la tradición china de modernidad y su evolución en la era actual. Para China, esto requiere una reestructuración de su sistema de conocimiento, guiada por una nueva visión que se inspira en la sabiduría china clásica: “El aprendizaje chino como sustancia, el aprendizaje occidental para su aplicación” (中学为体,西学为用, Zhōngxué wèi tǐ, xīxué wèi yòng).

Bibliografía

Hamilton, Alexander, John Jay y James Madison. The Federalist Papers [联邦党人文集]. Traducción de Cheng Fengru, Han Zai y Xun Shu. The Commercial Press, 1995.

Yao, Zhongqiu. The Way of Yao and Shun: The Birth of Chinese Civilisation [尧舜之道:中国文明的诞生]. Hainan Publishing House, 2016.

Zhu, Qianzhi. The Influence of Chinese Philosophy on Europe [中国哲学对欧洲的影响]. Hebei People’s Publishing House, 1999.

Notas del autor

1. A principios del siglo XV, la dinastía Ming (1388-1644) patrocinó una serie de siete viajes oceánicos dirigidos por el navegante y diplomático chino Zheng He (1371-1433). A lo largo de treinta años, estas misiones navales viajaron desde China al Sudeste Asiático, la India, el Cuerno de África y Medio Oriente.

2. El concepto de Tianxia es una antigua cosmovisión china que se remonta a hace más de cuatro mil años y se traduce aproximadamente como “todo bajo el cielo”, o la Tierra y los seres vivos bajo el cielo. La Tianxia, que incorpora elementos morales, culturales, políticos y geográficos, ha sido un concepto central de la filosofía, la civilización y la gobernanza china. Según este sistema de creencias, lograr la armonía y la paz universal para la Tianxia, donde todos los pueblos y estados comparten la Tierra en común (天下为公 tiānxià wèi gōng), es el ideal más elevado.

3. Véase Yao Zhongqiu, The Way of Yao and Shun: The Birth of Chinese Civilisation [尧舜之道:中国文明的诞生] (Hainan Publishing House, 2016), 64-74.

4. Los funcionarios letrados eran intelectuales nombrados para puestos políticos y gubernamentales por el emperador de China. Este grupo de alto nivel educativo formaba una clase social diferenciada que dominaba la administración gubernamental en la China imperial.

5. Para más información sobre este tema, véase Zhu Qianzhi, The Influence of Chinese Philosophy on Europe [中国哲学对欧洲的影响] (Hebei People’s Publishing House, 1999).

6. Alexander Hamilton, John Jay y James Madison, The Federalist Papers [联邦党人文集], trad. Cheng Fengru, Han Zai y Xun Shu (The Commercial Press, 1995).

La crisis ucraniana y la construcción de un nuevo sistema internacional | 28.03.2023

Destrucción de un edificio residencial en Kiev de Ales Ustinov / Pexels.


La Crisis Ucraniana y la Construcción de un Nuevo Sistema Internacional

Yang Ping

Yang Ping (杨平) es un destacado académico y editor de la comunidad ideológica y cultural contemporánea de China. En 1993 fundó Estrategia y Gestión (战略与管理), una importante revista que contrarrestaba la influencia del liberalismo en la ideología y la cultura chinas. En 2008, fundó Wenhua Zongheng (文化纵横), una revista que se centra en la construcción del sistema de valores fundamentales de la sociedad china al tiempo que defiende consistentemente la bandera del socialismo. En los últimos quince años, la revista se ha convertido en una de las plataformas de pensamiento más importantes de China.

“La crisis ucraniana y la construcción de un nuevo sistema internacional” se publicó originalmente como artículo principal del número de junio de 2022 de Wenhua Zongheng (文化纵横). El artículo insta a China, en el contexto del estallido del conflicto entre Rusia y Ucrania, a considerar los peligros del actual sistema internacional al que se ha esforzado por integrar y las posibilidades de construir un nuevo sistema internacional.

El estallido de la crisis ucraniana ha alterado no sólo el panorama geopolítico, también ha perturbado gravemente el actual orden internacional. En particular, la imposición de amplias sanciones a Rusia por parte de Estados Unidos y otros países de Occidente, ha comprometido las reglas del sistema internacional vigente, revelando su verdadera naturaleza coercitiva. Esta crisis debería ser un firme recordatorio para China sobre la necesidad de profundizar en su “pensamiento del peor escenario posible” (底线思维, dǐxiàn sīwéi) y contemplar seriamente, como principal objetivo estratégico, la construcción de un nuevo sistema internacional paralelo al actual orden dominado por Occidente.

Preparándose para las crisis que se avecinan

El sistema internacional actual está dominado por los países occidentales, liderados por Estados Unidos, y es de naturaleza capitalista liberal. Durante los periodos en los que el capitalismo liberal funciona sin problemas, este sistema se expande globalmente y parece estar basado en normas y ser justo, capaz de incluir a la mayoría de los países y regiones del mundo. Sin embargo, durante los periodos de crisis, el capitalismo liberal se retuerce a sí mismo, abandonando las normas internacionales establecidas o intentando crear otras nuevas, caracterizadas por un creciente nativismo o desglobalización, donde la nación hegemónica renuncia a sus supuestas obligaciones de liderazgo y vuelve a la política de poder.

En el marco de la crisis ucraniana, Estados Unidos y los países occidentales han hecho caso omiso de las normas internacionales, expulsando por la fuerza a Rusia de la arquitectura financiera mundial, concretamente de la Sociedad para las Telecomunicaciones Financieras Interbancarias Mundiales (SWIFT), confiscando bienes estatales y personales rusos y congelando las reservas de divisas del país. Estas medidas van mucho más allá de los típicos medios no violentos de confrontación empleados por los Estados nación, como las guerras comerciales, los bloqueos tecnológicos y los embargos de petróleo, contradiciendo flagrantemente los eternos principios liberales de que “las deudas deben pagarse” y “la propiedad privada es sacrosanta”, entre otros. Estas flagrantes violaciones del llamado “orden basado en normas” han puesto al descubierto el carácter arbitrario, ilegal y tendencioso del sistema internacional y la forma en que Estados Unidos y sus aliados pueden manipularlo para disciplinar violentamente a otros países.

Desde la perspectiva china, la crisis ucraniana es una advertencia de que China debe prepararse para escenarios en los que se vea sometida a este tipo de medidas hostiles. Es necesario reexaminar el actual orden internacional para comprender con precisión tanto sus beneficios como sus inconvenientes, abandonando cualquier ilusión sobre su equidad y viabilidad a largo plazo y, al mismo tiempo que se participa en el sistema actual y se maximiza su utilidad, prepararse para la construcción de un nuevo orden internacional.

Dado el tamaño de China, la tarea del rejuvenecimiento nacional requiere mucho más que una estrategia económica de mera “circulación interna” (内循环, nèi xúnhuán). Para lograr la industrialización y la modernización, China debe comprometerse con el mundo y desarrollar una “circulación internacional” más amplia (外循环, wài xúnhuán) accediendo a recursos, tecnologías y mercados externos. La tarea central de la política de reforma y apertura de China en las últimas cuatro décadas, ha sido abrir el país al exterior y participar en el sistema global para promover un entorno internacional más favorable a la búsqueda de la modernización[1]. Al mismo tiempo, China ha tenido que tomar las medidas necesarias cuando aspectos hostiles del sistema actual han amenazado los intereses fundamentales del país. En la situación actual, es necesario que China, por un lado, luche firmemente contra la manipulación del sistema existente por parte de EE. UU. y los países occidentales y, por otro, comience a construir un nuevo sistema mundial más democrático y justo, en colaboración con los países en desarrollo.

El destino histórico de China es estar junto al Tercer Mundo

El actual orden mundial no sólo ha sido configurado por China, Rusia, Estados Unidos y Europa; los países y regiones de Asia, África y América Latina también han creado multitud de nuevas redes regionales en pleno declive del poder estadounidense. La colaboración con otros países en desarrollo es necesaria para que China intensifique sus esfuerzos para construir un nuevo sistema internacional. La Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI, por sus siglas en inglés), desde que fue propuesta por el presidente Xi Jinping en 2013, ha sentado las bases para dicha cooperación y para la realización de un nuevo sistema[2].

Desde la fundación de la República Popular China en 1949, el Tercer Mundo le ha proporcionado constantemente nuevos espacios para sobrevivir y crecer así como nuevas fuentes de fortaleza cada vez que ha enfrentado la presión de las superpotencias, entre ellos los movimientos de liberación nacional de Asia, África y América Latina en los años cincuenta y sesenta, la Conferencia de Bandung de 1955 y el Movimiento de Países No Alineados, la teoría de los Tres Mundos de Mao Zedong desarrollada en la década de 1970, el énfasis en la cooperación Sur-Sur durante las primeras fases de reforma y apertura en la década de 1980, el establecimiento del mecanismo BRICS a finales de siglo y, más recientemente, el desarrollo de la BRI en la última década. En los últimos 70 años, China ha adoptado una amplia gama de políticas de relaciones exteriores, desde “inclinarse hacia un lado” (一边倒, yībiāndǎo) con la Unión Soviética en la década de 1950, hasta la política de “integrarse con el mundo” (与国际接轨, yǔ guójì jiēguǐ) (o con Estados Unidos, para ser exactos) a principios de siglo. Sin embargo, China consciente o inconscientemente, ha recurrido sistemáticamente al Tercer Mundo, cada vez que ha sentido que su independencia y soberanía se veían amenazadas[3].

Esta relación con el Tercer Mundo es el destino histórico de China. En la actualidad, a medida que se convierte en un importante polo en el mundo y se enfrenta a la hostil estrategia de contención de la hegemonía estadounidense, China no puede seguir la política de alianzas aplicada por Estados Unidos y la Unión Soviética durante la Guerra Fría. Dividir el mundo en bloques antagónicos llevaría a la humanidad al borde de la guerra y la catástrofe global. En su lugar, China debería seguir aplicando una política exterior independiente y no alineada, centrada en reunir a los numerosos países del Tercer Mundo -que constituyen la mayoría global- para fomentar nuevas formas de asociación, establecer nuevas redes multilaterales y crear un nuevo sistema internacional.

Reflexionando sobre las prácticas y experiencias de la BRI hasta ahora y teniendo en cuenta los desafíos planteados por la crisis de Ucrania, el enfoque de China hacia la construcción de un nuevo sistema internacional debería guiarse por las siguientes consideraciones.

En primer lugar, la orientación de China debe basarse en intereses estratégicos y no comerciales. China no puede limitarse a exportar su capacidad de producción y su capital o a garantizar el acceso de las empresas chinas a los recursos y mercados exteriores, sino que debe dar prioridad a lo necesario para garantizar la supervivencia estratégica y el desarrollo nacional. Al adoptar esta perspectiva estratégica, queda claro que el enfoque adoptado por muchas empresas y gobiernos locales chinos hacia otras naciones y regiones, como parte de la BRI, no es sostenible, ya que ha priorizado los intereses comerciales y ha tendido a ignorar los intereses político-estratégicos[4].

En segundo lugar, la creación del nuevo sistema internacional requiere el desarrollo de una nueva visión, filosofía e ideología que guíe e inspire los esfuerzos para construirlo. En este sentido, los principios de la BRI de “consulta, contribución y beneficios compartidos” (共商共建共享, gòngshāng gòngjiàn gòngxiǎng) son insuficientes. Mientras que Estados Unidos reúne hoy al bando occidental bajo la bandera de “democracia frente a autoritarismo”, China debe enarbolar claramente la bandera de la paz y el desarrollo, uniendo y liderando el vasto mundo en desarrollo, al tiempo que apela y persuade a más Estados europeos a unirse a esta causa. El llamamiento global del presidente Xi Jinping a la “construcción de una comunidad con un futuro compartido para la humanidad” (人类命运共同体, rénlèi mìngyùn gòngtóngtǐ) debe adaptarse a la nueva situación internacional. El concepto chino de “prosperidad común y desarrollo común” debe compartirse con el mundo y promoverse como valor fundamental en la construcción de un nuevo sistema internacional.

En tercer lugar, debería crearse una “Internacional del Desarrollo” (发展国际, fāzhǎn guójì) como entidad institucional para crear un nuevo sistema mundial. A diferencia de los mecanismos de alianza occidentales, como el Grupo de los Siete (G7) y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), dominados por una minoría de países ricos, un nuevo sistema mundial debe abordar la cuestión fundamental que enfrenta la inmensa mayoría del mundo: cómo pueden organizarse más eficazmente los países en desarrollo bajo el principio de no alineación. Las iniciativas poco organizadas y no vinculantes, como conferencias y declaraciones, son totalmente inadecuadas para esta tarea. Debe promoverse y construirse un mecanismo institucional como una “Internacional del Desarrollo” para impulsar una acción organizativa más potente y desarrollar redes de conocimiento y cultura, de medios y comunicación, de cooperación económica, así como otros proyectos. En resumen, deberían establecerse y experimentarse formas de acción organizativa bajo el mandato de la paz y el desarrollo.

La relación entre los dos sistemas

Construir un nuevo sistema no significa abandonar el actual.

En los cuarenta años de reforma y apertura, la dirección y el objetivo de China han sido integrarse en el orden internacional existente. Al llegar tarde a la industrialización y la modernización, China no ha tenido más remedio que aprender de los países occidentales y asimilar sus avanzados conocimientos y experiencia. Romper con este sistema conduciría inevitablemente a China de vuelta al viejo camino de la política de “puertas cerradas” (闭关锁国, bìguānsuǒguó) de los años sesenta y setenta, aislando al país de las economías avanzadas del mundo actual[5].

En la actualidad, China ha recorrido un largo camino por la senda de la globalización y se ha beneficiado de ella; la reforma y la apertura han pasado a estar ligadas a los intereses básicos del pueblo chino. Por esta razón, no es deseable ni factible renunciar a los beneficios derivados de la participación en el sistema actual.

Pero esto no niega en absoluto la urgente necesidad de prepararse ante la amenaza de que la alianza occidental liderada por Estados Unidos sabotee el actual sistema global. El desarrollo de un nuevo sistema internacional y la participación activa en el sistema actual son dos procesos que pueden llevarse a cabo simultáneamente sin conflicto, en los que ambos sistemas están destinados a traslaparse e interrelacionarse. Cuando los cambios cuantitativos acumulados por el nuevo sistema empiecen a transformarse en cambios cualitativos, surgirá de forma natural un orden mundial completamente nuevo.

Notas del autor

1. “Reforma y apertura” se refiere a la era de la reforma económica de China iniciada en 1978 bajo el liderazgo de Deng Xiaoping.

2. La Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI, por sus siglas en inglés) es un proyecto mundial de desarrollo de infraestructuras propuesto por el presidente de China, Xi Jinping, en 2013. A finales de julio de 2022, China había firmado más de 200 acuerdos de cooperación con 149 países y 32 organizaciones internacionales.

3. En los primeros años de su fundación, la República Popular China adoptó una política de relaciones exteriores de “inclinación hacia un lado” que declaraba que el país se aliaría con otros países socialistas contra las fuerzas del imperialismo. Mientras tanto, durante las décadas de 1990 y 2000, China siguió una política de “integración con el mundo”, aumentando su compromiso político y económico global. En particular, China y Estados Unidos profundizaron su interdependencia económica; en 2000, Estados Unidos concedió a China el estatus de relaciones comerciales normales permanentes y, al año siguiente, China se convirtió en miembro de la Organización Mundial del Comercio.

4. Junto con el gobierno central y las empresas, los gobiernos provinciales y municipales de China también son actores importantes en la BRI.

5. El término “puertas cerradas” alude a la política de la dinastía Ming (1368-1644) y principios de la dinastía Qing (1644-1911) consistente en limitar las interacciones económicas, científicas y culturales de China con el mundo, lo que contribuyó a que el país quedara rezagado respecto a las naciones industrializadas occidentales.